martes, 1 de septiembre de 2015

Secesionismo: una cuestión española, y una posible solución.

Que España es un país de contrastes, qué duda cabe; que España es multicultural, claro está (aunque los secesionistas intenten confundir este hecho con ser plurinacional); y, aún así, todo esto no parece motivo suficiente para que España tenga que ser necesariamente un país contradictorio, como de hecho lo es varios aspectos.
Uno de esos aspectos es que puedan existir partidos y entidades secesionistas, mientras que la secesión no es posible legalmente. ¿Qué sentido tiene eso? Ninguno; más bien se trata de una anomalía que conduce a equívocos, favoreciendo las ‘astucias’ de cualquier chava tramposo que alce la voz.
Por ello, la situación está requiriendo una solución susceptible de no eternizarse en el tiempo, y eso, seguramente, jamás será posible de conseguir si el país no supera la etapa de democracia acomplejada a la que se ha visto abocado últimamente, desde el fin de lo que se llama Transición, para ser concretos, y se plantea abiertamente la cuestión sin complejos intelectuales.
A mi entender, una de las mejores formas de conseguir esto sería preguntando directamente a los españoles -al ser los depositarios de la soberanía-, si quieren renunciar a sus derechos soberanos sobre el conjunto y trocear estos por CC.AA. para que los chiringuiteros de turno tengan la posibilidad de secesionarse mediante la victoria en referéndum.
Varias cosas se conseguirían, entonces. En primer lugar, que el Estado fuera el que tomara la iniciativa sobre una cuestión que si no deja en manos secesionistas, que acaban creyéndose con el derecho a fantasear y comerciar con la posibilidad de cometer una ilegalidad, o lo que surja. Tomando la iniciativa, además, se consigue eliminar a los partidos secesionistas como únicos interlocutores legítimos, al ser el Estado el convocante (bajo autorización parlamentaria).
Sin duda, una de las mejores cosas es que nadie se podría quejar de la convocatoria de un referéndum de este tipo, a no ser que algunos quieran hacer ya totalmente visible su difícilmente disimulable hipocresía latente, pues han sido ellos mismos los que no han dado lecciones de democracia participativa, con eso de que hay que preguntar muchas cosas al pueblo.
Oye, preguntemos pues.
Si gana el sí (o el no, según la pregunta), se aceptaría la cesión de la soberanía a las CC.AA. para que estas puedan convocar este tipo de referéndums, tal y como hizo el Reino Unido permitiendo el que perdieron los independentistas de Escocia.
El siguiente paso lógico sería adaptar la Constitución a la nueva realidad, y que el Parlamento, por su parte, apruebe una especie de ‘Ley de Referéndum para la Independencia de las CC.AA.’ con el fin de regular este tipo de consultas, es decir, bajo qué circunstancias puede convocarse, cómo debe ser –o no ser- la pregunta, porcentajes de participación para que el resultado sea válido, implicaciones de la victoria del sí (en el sentido de si implica la secesión directa, o un inicio de conversaciones entre representantes políticos que no tiene por qué desembocar necesariamente en la secesión total), etc. Es decir, que en definitiva se trataría de elaborar una ley similar a la ‘Ley de Claridad’ que Canadá aprobó para el caso quebequés.
Si por el contrario, ganara el no, entonces la secesión pasaría a considerarse un delito con penas aplicables a todos aquellos individuos u organizaciones que la promuevan.
En ambos casos, por supuesto, la situación se podría revertir mediante la convocatoria de un nuevo referéndum, previa autorización del Parlamento.

Con esto, un problema nos asalta de inmediato: podría darse el caso de que en Cataluña y Euskadi ganara el sí a permitir la secesión, mientras que en el resto del país ganara el no. Es una posibilidad, estaremos de acuerdo, aunque no parece tan probable como algunos han tratado de vender, y menos con un resultado aplastante en favor del sí. El no también tiene bastantes posibilidades de imponerse, y más si se abre un debate serio sobre las consecuencias reales de la secesión, ya que el independentismo anda escaso de argumentos y estos prácticamente se limitan a manías persecutorias de viejo, prejuicios de jóvenes, e incultura y desconocimiento de la historia propia mezclados con delirios de grandeza como reflejo de un marcado complejo de inferioridad, en general. Además, está el hecho nada despreciable de que vivir en una eterna situación política sustentada en la mitología puede llegar a resultar agotador, y tal vez a los catalanes nos empiece a interesar más superar esta etapa de mirarnos el ombligo para pasar a otra de colaboración, basada en la solución de problemas.

En todo caso, y ya para concluir, utilizando un poco su neolengua, siempre podremos decir que aunque en algún lugar ganaran los troceadores de la soberanía en chiringuitos, esto simplemente significa que en el conjunto del país se han formado ciertos guetos favorables a desunir a nuestro pueblo, por lo que se deben tomar las medidas oportunas de marginación positiva, o de cualquier otro tipo, que se crean convenientes para que la gente con manifiesta incapacidad cultural para integrarse en nuestra sociedad pueda hacerlo en las normas de convivencia comúnmente aceptadas por la voluntad democrática y mayoritaria del pueblo que los acoge. Con dos cojones (ovarios), para entendernos.