Entre las cosas a destacar del
fallido intento de investidura de Pedro Sánchez está, sin duda, la presentación
a nivel nacional de Gabriel Rufián, supuesto número uno de ERC por Barcelona (si
es que Tardà se lo permite); señor que en Cataluña ya teníamos el gusto de
conocer con anterioridad por lo mismo que ahora se le conoce en el resto de
España, o sea, por ser, según él mismo, un charnego independentista.
Bueno, cabe decir que los
catalanes también lo conocíamos por emprenderla a puñetazos con sus compañeros para
conseguir una poltrona en Súmate, organización ideada por ERC para dirigirse a
los posibles votantes en castellano sin que su electorado tradicional ultranacionalista
se enfade en exceso con ellos.
Para quien no esté
familiarizado con el vocablo ‘charnego’, debido a que tiene su origen en la palabra
catalana xarnego, solo indicar que,
aunque su significado ha variado con el paso del tiempo, su significación ha
sido siempre despectiva. Así fue como pasó de referirse a los hijos de franceses
con catalanes a los hijos de catalanes con gente de otras partes de España,
para acabar convertido en la definición más popularmente empleada por el
nacionalismo para referirse a los catalanes de origen no catalán, a los no
catalanes del resto de España que viven en Cataluña, y a los
castellanohablantes en general. Sería el equivalente al ‘maketo’ usado por los
nacionalistas vascos.
Y es que resulta sumamente
penoso comprobar como los que presumen de territorios más supuestamente
europeizados (¿qué significa exactamente eso?), superiores en todo a la media
del resto del país, y por supuesto más cultos y democráticos según los brotes
de sus ciudadanos más chovinistas, sean precisamente en los dos únicos en los
que se hayan creado palabros xenófobos (y no nos atrevemos a definirlos como
racistas porque para la gente normal de los países normales resulta evidente
que nos referimos a la misma raza, e incluso para ellos mismo también parece
ser así ya que jamás llamarán charnego a un asiático, por poner un ejemplo).
Algunas cosas con estelada han
tratado de justificar este fenómeno con el argumento de que se trata de una
reacción natural a la fuerte inmigración consecuencia del desarrollismo, pero Madrid
también ha experimentado una situación similar y no han inventado una palabra
concreta para denigrar a los españoles de otras zonas que viven allí.
Obvio, entonces, que
‘charnego’ es un apelativo referido a un colectivo concreto por su condición,
al que se intenta poner una etiqueta de negatividad en contraposición con lo
‘autóctono’; y es que el nacionalismo identitario siempre estará compuesto por
una buena dosis de xenofobia, o de algo similar que como mínimo podemos definir
como una especie de elitismo identitario que en gran medida se define por oposición
a los otros, que aunque puedan llegar a ser buenas personas nunca serán lo
mismo porque no son de aquí. De hecho, el nacionalismo también tiene su frase
fetiche de respuesta para los no independentistas castellanohablantes: Tu no ho entens perquè no ets d’aquí.
Y es que, aunque el llamado proceso
esté siendo un vulgar circo para desviar la atención de otros temas, que no
está reportando beneficio alguno a los catalanes, también está sirviendo para
dejar patente que los secesionistas no son la mayoría tan aplastante que iban
pregonando; por eso ahora tienen como objetivo ensanchar lo que ellos llaman la
base de partidarios a la independencia, y es aquí donde entra en juego su
xenofobia recalcitrante, ya que, como creen que todos los que tienen el catalán
como lengua materna ya les votan, pretenden mostrarse especialmente amables con
los castellanohablantes para venderles su populista producto, y es en este
contexto donde encajan Súmate y Rufián.
Para conseguir este objetivo
de intentar atraer el voto que no consideran por naturaleza secesionista, han
inventado una serie de argumentos la mar de curiosos como, por ejemplo, decir que
se es español por obligación mientras que es catalán todo aquel que quiera
serlo; algo que suena tan supernaïf que
incluso podría llegar a ser un titular del Ara o del Avui. El problema es que
luego, en la práctica, solo resulta ‘querer’ ser catalán el que se somete a los
secesionistas. Pero es que, además, ni siquiera se plantean que eso de que
catalán es quien quiera serlo solo es posible gracias a España y a que Cataluña
no es un país independiente. Si lo fuera, existiría una regulación para acceder
a la nacionalidad catalana, lo que llevaría implícito cumplir cierto tipo de
obligaciones, como pasa en todos los países del mundo.
Igualmente retratada queda ERC
con la elección de Rufián; enchufaron al susodicho personaje para que diera una
imagen de partido tolerante (es decir, que ama a los putos tercermundista
castellanohablantes, y todo eso), sin darse cuenta de que, precisamente, con la
elección de un rufián, sin mayor mérito que el de ser un charnego sometido a
ellos, estaban demostrando todo lo contrario.
No obstante, ERC inventó
Súmate, la organización de charnegos independentistas según se definen sus
propios dirigentes, por una cuestión claramente xenófoba, al considerar que los
castellanohablantes no son independentistas por el simple hecho de ser
castellanohablantes, y que hay que explicarles las cosas en su lengua porque si
no los muy cazurrilos no lo entienden; y como eran totalmente consciente de las
críticas que iban a recibir por parte de su electorado tradicional, claramente
ultranacionalista, si empleaban el castellano para dirigirse a este segmento de
la población catalana, optaron por crear su hacendada marca blanca llamada
Súmate, no fuera que la C de sus siglas quedara en entredicho.
El problema que están
teniendo es que ni Rufián ni Súmate están convenciendo mucho porque son malos
productos. Ya se sabe que el marketing puede animar a que se pruebe un
producto, pero si este es malo el consumidor no repite la compra por mucho
canalillo que enseñe quien lo anuncia. Estos autodenominados charnegos
independentistas no convencen a los castellanohablantes porque nunca van a defender
el estatus actual de su lengua, ni mucho menos la mejora del mismo, exigiendo,
por ejemplo, que sea lengua vehicular en la escuela en igualdad de condiciones
que el catalán. De hecho, más de una vez han hecho lo contrario, pidiendo que
el catalán sea la única lengua oficial en la supuesta República de Cataluña, y
es habitual verlos acompañados por los ultras que defienden estas tesis, pues
ellos mismos saben que su único cometido es repetir en castellano los mantras
que los secesionistas dicen en catalán, y que si se salen del papel de sherpas
que les han asignado van a perder rápidamente la poltrona; y ya se saben que
para un independentista, sea en una lengua u otra, primero va la pasta y luego
la dignidad.
Por todo ello, resulta
bastante curioso que Rufián se sienta tan orgulloso de ser un charnego, esa
referencia despectiva a su origen, es decir, a algo que no podrá cambiar ni en
una Cataluña secesionada; y ya no curioso, sino patético, resulta que lo haga
por el simple e indisimulado hecho de que los insultadores lo hayan puesto en
nómina.
Desde luego, una sesión de
psicoanálisis con este chico no tendría desperdicio. ¿Alguien en su sano juicio
puede imaginarse a un africano subido en un estrado predicando que es un negro
de mierda… e independentista? (y ojo, porque los separatas a veces añaden el
‘de mierda’ a lo de charnego). Pues parece que a él, sí. Solo hay que escuchar
como empezó su ridícula intervención en el debate de investidura cuando,
dirigiéndose a socialistas, populares y ciudadanos, les soltó aquello de ‘yo
soy lo que ustedes llaman charnego’, sabiendo, como sabemos todos, que
precisamente son los afiliados y simpatizantes de estos tres partidos los que han
tenido que soportar el mencionado insulto, en gran medida, proveniente de la
gente del partido del que ahora forma parte Rufián.
Pérez-Reverte dio en el
clavo describiendo lo que le pasa. El pobre ha interiorizado perfectamente la
voz del amo que, como se ha dicho anteriormente, considera que los
catalanohablantes, los de socarrel o
pura cepa, son independentistas por naturaleza; mientras que los
castellanohablantes y todo el grupo que no tiene tanta raíz, como Rufián mismo,
tienen una naturaleza contraria a la secesión, y parece que el muy mediocre
quiera hacerse perdonar sus pecadillos étnicos añadiendo lo de independentista
a su currículo de charnego. Se sospecha que a Michael Jackson le pasaba algo parecido
con su color de piel.
No, Rufián no habló lento
por vergüenza (ya que definiéndose como lo hizo demostró no tener ninguna) ni
por nada parecido; sencillamente solo tenía una cosa que decir, que es en lo único
en lo que se basa su mensaje y la razón por la que lo han enchufado:
<<SOY… UN… CHARNEGO… Y… SOY… INDEPENDENTISTA.
>>
Y claro, por mucho que se
intente estirar, esta frase no da para cubrir los 9 minutos de los que disponía.
Por eso, acto seguido, en una de las mayores muestras de autopatetismo jamás vistas
en el Congreso, trató de rellenar el tiempo que le quedaba explicando lo
charnega que era su charneguísima familia.
¿Qué le vamos a oír decir
durante los próximos 4 años aparte de repetir mucho lo chanegazo que es?
Básicamente que todo el mundo es un fascista excepto los que están a favor de
la independencia de Cataluña.
Pero lo más triste de todo
esto no es que Rufián sea patético, o que ERC sea el partido que mejor
representa el postureo chonisecesionista
en el Congreso; lo peor es que Rufián es una de las muestras más evidentes de
que la meritocracia como motivo de ascenso social ha muerto en Cataluña para
dejar paso al ascenso social por motivos ideológicos, esa especie de
mierdocracia en la que el secesionismo quiere sumergir a nuestra tierra.