viernes, 13 de mayo de 2016

El manifiesto Koiné y la extinción programada del castellano en Cataluña

Sin duda, una de las noticias más destacadas del pasado mes de abril de 2016 en Cataluña fue la aparición del manifiesto Koiné, documento en el que ‘reconocidos’ secesionistas dejan clara su postura respecto al bilingüismo.
<<El bilingüismo es malo, el bilingüismo es caca, el bilingüismo mata>>, podría ser un resumen aproximado sobre lo que esos extraños lingüistas, favorables al monolingüismo y a la extinción programada de las lenguas a las que ellos mismos no han puesto la etiqueta de propia, quisieron transmitir desde el paraninfo de la Universidad de Barcelona, dejando de paso por los suelos a los inocentes que aún pensaban que el independentismo era un movimiento transversal y buenrollista, y a los que defienden la secesión en castellano; aunque cierto que estos últimos ya lo tenían difícil, pues todo el mundo ha comprendido que solo pueden aspirar a convertirse en simples traductores de la teología secesionista que nunca defenderán verdaderamente los derechos ni intereses lingüísticos de los castellanohablantes, a no ser que quieran que la mano del amo deje de acariciarles el lomo.
Debe ser el rubor que les provoca su consciente hipocresía lo que de vez en cuando lleva a estas gentes a descolgarse con declaraciones tipo ‘el castellano también es nuestro patrimonio’; aunque luego no se les vea ningún esfuerzo ni iniciativa por dotar a la lengua de una clara protección jurídica, ni por fomentar su proyección social, como sí que hacen con la lengua de sus compañeros de viaje a Ítaca.

Pero todo tiene su lado positivo, y es justamente gracias a actos como la presentación del manifiesto Koiné cuando nos damos cuenta de la auténtica esencia e intenciones del secesionismo en Cataluña, que, aunque pretenda mimetizarse con la democracia, al final acaban dando el cante como un camaleón daltónico, mostrando lo que realmente son: nacionalistas identitarios radicales con delirios de grandeza, que quieren llevar hasta sus últimas consecuencias.
Una muestra de ello es que las pocas voces discrepantes con el manifiesto Koiné, dentro del propio secesionismo, lo han sido por las formas y por algunas de las frases que emplea, pero sobre todo porque no era el momento adecuado para ser tan sinceros, pues antes de un imaginario referéndum secesionista no parece que la mejor estrategia pase por mostrar todas las cartas a los ilusos que aún pensaban que con la secesión se iba a respetar la lengua materna de la mayoría de catalanes.

El secesionismo catalán nunca ha estado a favor del bilingüismo, y menos aún del castellano. En realidad, los Koiné solo expresan sin tapujos lo que los gobiernos nacionalistas llevan tiempo aplicando a través de lo que se llama normalización lingüística, en concreto, a través de la inmersión.
La inmersión lingüística, como concepto, consiste en situar al alumno en un ámbito lingüístico diferente al de su entorno para que aprenda una nueva lengua. En una sociedad que respete y pretenda fomentar el bilingüismo, esto debería hacerse de forma bidireccional. ¿Por qué no inmersionar entonces al castellano a los niños que viven en zonas de claro predominio monolingüístico catalán? Obvio, ¿no? Y es que en Cataluña no existe un modelo de inmersión, sino uno de submersión lingüística. No hay, por tanto, que oponerse a la inmersión por ser un instrumento de adoctrinamiento. Adoctrinar bien puede hacerse en cualquier lengua, porque lo que adoctrina no es la lengua sino la temática y la forma de enfocarla. Bien sabemos que hay antiespañoles en castellano, como ciertas personas del País Vasco, y muchos podemitas y ‘rufianes’ de medio pelo, en otros sitios. Hay que oponerse a la inmersión porque, como ya advirtieron algunos visionarios en su momento, ésta solo pretende la extinción programada del bilingüismo, es decir, del castellano.

Al principio de la democracia todos estos ‘Koiné’ de ahora fueron partidarios del bilingüismo, pero básicamente porque ello les proporcionaba el salvoconducto perfecto para poner en práctica sus auténticos planes de objetivo bien distinto.
Impusieron la opinión pública -de la misma forma que ahora tratan de imponer el pensamiento único secesionista- de que era esencial aplicar un sistema educativo basado en la inmersión lingüística al catalán para que esta lengua pudiera alcanzar el mismo nivel de uso social del castellano en Cataluña, y conformar así una auténtica sociedad bilingüe. Incluso ahora, esos que dicen que en Cataluña no existe conflicto lingüístico pero luego pasan sus fines de semana firmando manifiestos a favor de la extinción política de lenguas, cuando se les pone contra las cuerdas argumentales, presumen de modelo y salen con aquello tan realmente gracioso de que cualquier niño catalán sabe hablar dos lenguas más que cualquier presidente español. Lo gracioso, claro está, es que sean precisamente esas gentes, tan orgullosas de este ‘hecho diferencial’ de ‘sus’ niños, las que ponen más empeño en acabar con el bilingüismo; aunque solo lo es si no se acepta la realidad y se asume que lo que siempre se ha perseguido con la inmersión no era otra cosa que la supremacía del catalán neutro, y la conversión en residual del castellano.
Los mismos firmantes del manifiesto Koiné lo dejan claro cuando afirman que la mayor amenaza para el catalán es el bilingüismo. Y ojo, porque ya se sabe que para estos una amenaza es cualquier cosa que modifique la lengua respecto a los parámetros académicos que ellos mismos han establecido como pétreos muros contenedores de lo único posible.
Incluso la natural evolución de las lenguas es un peligro que debe ser combatido a cualquier precio; algo tan absurdo, que si los romanos y los de épocas posteriores hubieran puesto el mismo empeño para evitar esa evolución, el catalán ni siquiera existiría.

Así, los secesionistas que tras Franco hablaban de la necesidad de respetar la lengua materna en la enseñanza -concepto hoy en día sustituido por lengua propia, con el fin de regatear el derecho internacional de los niños-, y fomentar el bilingüismo -que hasta se decía que nos hacía más inteligentes y todo-, no se atrevieron de buen principio a exponer tan abiertamente sus verdaderas intenciones para la extinción programada del castellano como lo hacen hoy en día porque sabían que entonces los partidarios del genocidio lingüístico eran ridícula minoría, mientras que ahora piensan que por haber coordinado un corro de la patata grande todo el mundo está inequívocamente de acuerdo con cualquier ocurrencia que puedan salir de sus cabecitas.
De todas formas, igual que los secesionistas ahora se autoconvocan a un plebiscito, lo pierden, y siguen adelante con sus estructuras de Estado y su proceso, los partidarios de programar políticamente la extinción del castellano siguieron adelante, intentando conseguir el efecto sin que se notara el cuidado, sumando a la aplicación de una inmersión lingüística cada vez más radical, nuevas acciones como el ensalzamiento del ya mencionado concepto de ‘lengua propia’ (llengua pròpia), que en la práctica no significa otra cosa que ‘lengua única’ -o única lengua oficial-, de obligada utilización para todo lo que gestiona la administración pública, tanto local como autonómica, incluido el acceso a cualquier tipo de ayuda o subvención (que, por supuesto, también son pagadas por la mayoría castellanohablante).
A todo esto, hay que añadirles leyes y multas lingüísticas contra los castellanohablantes.

Si los catalanes voluntariamente decidiésemos dejar de hablar catalán, ¿la Generalitat, y la administración en general, nos lo debería impedir? ¿Hasta qué punto pueden hacer esto sin caer en el fascismo? ¿Quién tiene derechos, la persona o la lengua?
Si son las personas, los castellanohablantes son mayoría y por lo tanto no se les puede despreciar; si son las lenguas, ¿por qué solo una de ellas tiene derecho ‘institucional’?
¿Acaso solo somos soberanos para lo que nos dicte el establishment del momento? Nos dicen que el pueblo manda, y el famoso derecho a decidir se basa en eso. Una de las cosas que la persona más libremente decide es la lengua en la que quiere expresarse, y ese es el problema: si en Cataluña dejas que la gente decida libremente la lengua que utiliza, escogen el castellano. Si son esa mayoría aplastante (aclaparadora) que dicen ser, ¿por qué tienen miedo a preguntar si estamos a favor de la inmersión en catalán? ¿Tanto miedo les da la democracia?
Todas las respuestas que nos podamos dar, nos llevan a lo mismo: los independentistas solo consideran el derecho a decidir como eufemismo de derecho a autodeterminación, que para ellos es igual a independencia, y pretenden que solo se decida respecto a eso. Aún así, lo que está claro es que el derecho a decidir será derecho a decidir ‘cualquier’ cosa -porque derecho solo a decidir ‘algunas’ ya lo tenemos-, o no será.

Se repite como mantra que el catalán es la lengua que permite la cohesión social en Cataluña, pero todo el mundo sabe que es muchísimo más probable que una persona que se instale en Cataluña tenga antes alguna noción de español que de catalán, y precisamente eso es lo que no les gusta: reconocer que, según sus propios parámetros, la auténtica lengua de cohesión e integración en Cataluña es el castellano, lengua con auténtico valor económico, social y cultural. Por eso es sabido que el pujolismo fomentó la inmigración musulmana, a la que consideraba con escasas nociones de español, frente a la inmigración castellanohablante de Latinoamérica.
Pero, de todas formas, si se quiere persistir en esa línea, lo que parece demostrado es que no es la lengua lo que cohesiona sino la renta. Solo hay que echar un vistazo a Francia, donde los inmigrantes de lengua francesa parecen ser los primeros antifranceses. Y, en todo caso, si la cohesión se consigue con la lengua, en una sociedad auténticamente bilingüe no debería existir problema para que ésta se produzca en cualquiera de las dos.

El manifiesto Koiné está en perfecta sintonía con el concepto ‘lengua propia’, que no pretende significar que el castellano sea impropio sino que es ajeno a los catalanes, es decir, extranjero.
Entendiendo esto, a nadie extraña que los firmantes acusen de colonos lingüísticos a los inmigrantes que llegaron a Cataluña durante la época del desarrollismo, demostrando de paso un gran desconocimiento, por supuesto intencionado, de la historia de Cataluña, en la que se dan numerosos escritos en castellano desde bastante antes de 1.714, fecha fetiche que los de la estelada consideran como el inicio de la ‘castellanización’ de Cataluña.
Tanto les da que los historiadores serios daten la presencia normalizada del castellano en Cataluña, como mínimo, en el s. XIV; ni tampoco que luego existiera el periodo de Decadencia del catalán por voluntad de los propios catalanes, entre los s. XVI y s.XIX. Que Ramón Berenguer hablara castellano, o que Fernando El Católico, Ferran para los amigos, lo adoptara para la Corte, o que conmemorando a Cervantes releamos en El Quijote que en la Barcelona de aquellos años todo el mundo hablaba castellano, lengua que los barceloneses consideran propia; que Juan Boscán (Joan Boscà), el gran poeta catalán del XVI escribiera sobre todo en castellano, o que el elogio fúnebre a Pau Clarís (1641), héroe oficialista de Els Segadors, se escribiera en castellano; o que textos anteriores, como  las justas poéticas para celebrar la canonización de Raimundo de Peñafort, en Barcelona en 1607, fueran escritas mitad en castellano y mitad en catalán.
Ejemplos todos que demuestran que el castellano ha sido siempre utilizado social y económicamente en Cataluña -por ejemplo, editando más libros en castellano que en catalán-, por lo que jamás ningún castellanohablante debería haber sido definido como colono lingüístico por haberse desplazado de otra zona igualmente castellanohablante, y menos aún tratándose de su propio país… a no ser que exista la clara voluntad de fomentar la xenofobia y la estigmatización social por origen o cultura.
¿Por qué no preguntarse si fueron los inmigrantes catalanohablantes que vinieron del interior, atraídos por los cantos de sirena de la revolución industrial, los que se comportaron como auténticos colonos lingüísticos en el área conocida como metropolitana de Barcelona?
En todo caso, si los Koiné aseguran que el castellano es la lengua de los inmigrantes y trabajadores, ¿no cabría preguntarse también si no es el catalán la lengua de los ricos y los explotadores? Bien podría serlo, teniendo en cuenta que la Generalitat es el instrumento con el que los explotadores autóctonos han conseguido perpetuar su poder en Cataluña, y que el catalán es la lengua en exclusiva de esa administración.
¿Y qué pintaría una persona verdaderamente de izquierdas apoyando a todos estos?

Pero el nacionalismo, ahora patrimonio exclusivo del secesionismo, siempre se ha comportado como un régimen en Cataluña. Solo se pueden estar a favor de su relato historicista –básicamente sembrado de mentiras para que les pueda servir de ingeniería ideológica-, o contra él. Y la lengua, para ellos, tiene un papel fundamental en todo esto, ya que quizá sea el hecho diferencial menos falso, sobre todo, a ojos de esos intelectos desfasados, aún fervientes creyentes de un anticuado nacionalismo clásico.
Pero el nacionalismo, ahora patrimonio exclusivo del secesionismo, siempre se ha comportado como un régimen en Cataluña. Solo se pueden estar a favor de su relato historicista –básicamente sembrado de mentiras para que les pueda servir de ingeniería ideológica-, o contra él. Y la lengua, para ellos, tiene un papel fundamental en todo esto, ya que quizá sea el hecho diferencial menos falso, sobre todo, a ojos de esos intelectos desfasados, aún fervientes creyentes de un anticuado nacionalismo clásico.

Es por ellos que el régimen independentista puso en marcha toda su maquinaria contra los firmantes del manifiesto por la lengua común, que en ningún momento llegaban tan lejos ni pedían que ninguna lengua dejara de ser oficial. Sin miramientos morales, y aún menos de decencia básica, lanzaron sus histéricas acusaciones conspiranoicas con el fin de hacer creer a la opinión pública que de nuevo cabalgaba un supuesto fascismo anticatalán, en contraposición con lo que han hecho ahora con los Koiné, esos pseudointelectuales (no respetados por sus aportaciones a la lingüística en ningún sitio, excepto por los nacionalistas partidarios de la ‘solución final’ para el bilingüismo en Cataluña), autores intelectuales del programa de extinción política del bilingüismo en general, y del castellano en particular, a los que a pesar de haber intentado atentar contra los cimientos de la convivencia social en Cataluña, el régimen nacionalindependentista, y sus secuaces de la pantumaca mediática, se les ha intentado amparar con la cara más despreciable de la libertad de expresión: aquella cara que tienen los que fomentan el odio amparándose en un supuesto derecho a expresar cualquier cosa, incluso el fascismo que pretende eliminar derechos lingüísticos no solo a los castellanohablantes sino a toda la sociedad.


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