miércoles, 8 de julio de 2015

La democracia acomplejada

La democracia española no es perfecta, como seguramente tampoco lo es ninguna otra democracia, o sistema organizativo, del mundo. ¿O es que acaso alguien puede citar un país con democracia perfecta? Digamos que es un asunto complicado, y que incluso puede ser subjetivo, ya que lo que nos encontramos en la práctica son países totalmente democráticos pero organizados de forma diferente, que reconocen unos derechos u otros según sus constituciones o leyes fundamentales aprobadas democráticamente por el pueblo mediante referéndum, o delegando esta función en sus legítimos representantes, etc.
No obstante, la democracia, según la R.A.E., no es más que la “doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno”, lo que deja abierto un amplio abanico de posibilidades.
Por eso, el debate que estamos viviendo en estos momentos en España no es si somos un país democrático, o no -cosa evidente que sí, aunque los independentistas acusen al sistema de antidemocrático cada vez que no se les permite trocear la soberanía del pueblo a su antojo para poner esos trocitos al servicio de sus ocurrencias partidistas-, sino que el debate ‘real’ gira entorno a si queremos una democracia estrictamente liberal o participativa, o una mezcla de cierto porcentaje de ambas (cosa que en buena medida ya se ha hecho en varias ocasiones consultando a la población española sobre algunos temas excepcionales).

De todas formas, ya que a los nacionalindependentistas les gusta tanto lo de los hechos diferenciales, citaré uno que no cabe duda de que es cien por cien español: tener una democracia acomplejada.
Sí, en efecto, la española es una democracia acomplejada sobre todo debido al franquismo, y es que, acabada la dictadura, el nuevo sistema democrático nunca se atrevió a mostrar toda la firmeza que requiere la autodefensa de los propios valores democráticos por temor a que la gente no percibiera las diferencias efectivas entre un sistema y otro, y el nuevo sistema fuera tildado igualmente de autoritario, o pseudofranquista, lo que hubiera dificultado su consolidación (cosa que con el tiempo ha ido desembocado en un hecho curioso, pues cuanto más flexible se ha sido en la interpretación y aplicación de ciertas leyes, como las educativas, más se ha tachado de franquistas y totalitarios a los que han propuesto o aprobado estas modificaciones de forma democrática).

Pero, por mucho que quieran hacernos creer otra cosa, la democracia en ningún sitio es sinónimo de hacer lo que te de la gana cuando te venga en gana, ni siquiera aunque se arrastren masas (el fascismo, sin ir más lejos, movía masas); eso más bien estaría en sintonía con teorías libertarias que, en última instancia, tampoco se aplican en ningún sitio, en el sentido de que para construir una mínima sociedad, digna de su significado, hacen falta una serie de normas que, si han sido aprobadas de forma democrática, constituyen el sistema democrático en sí mismo.

Por consiguiente, saltarse el marco legal soberano, o no defenderlo jurídicamente hasta sus últimas consecuencias, no sólo puede ser constitutivo de delito sino que, ante todo, es un acto profundamente antidemocrático.