Dicen los
expertos en comunicación que lo de recurrir al catálogo de Ikea como formato de
programa electoral ha sido todo un acierto por parte de Podemos, y suponemos
que debe serlo si se olvida que no hace muchos meses, en la anterior campaña
electoral, sus dirigentes pregonaban que ellos eran los únicos 100% auténticos,
y que ni necesitaban ni eran un producto de marketing... como otros.
Así,
entonces, si lo del catálogo de Ikea no es marketing, tampoco lo será ese nuevo
logo con forma de corazón, sospechosamente parecido al clásico emblema de
Ciudadanos (C’s) -esto es: corazón uniendo la bandera de España, la de Europa y
la de Cataluña (o de la respectiva CC.AA.)-, pero el de Podemos con tantos
colorines que a uno, por un instante, le parece que se encuentra ante el
corazoncito del oso amoroso más amoroso. Y en esa misma línea de no hacer
mercadotecnia se deben situar esos nuevos eslóganes tan naíf, tipo “la sonrisa
de un país”, con los que no se atreven a presentarse en medio país, provocando
precisamente la sonrisa de los que ya teníamos pensado no votarles.
El hombre
que pensaba que España era la segunda temporada de Juego de Tronos, se ha convertido de repente en el tío
más dicharachero del barrio, abierto y simpatiquísimo. Mientras las mujeres de
la CUP nos anuncian esponjas 'chupasangre', Pablo parece dispuesto a revelarnos
por fin a qué huelen las nubes. Claro que antes de esto también nos lo habían
vendido como un intelectual casi tan a la altura de su nuevo coleguita Garzón,
ese que aseguraba que para erradicar la pobreza de un país solo hay que
imprimir muchos billetes, aunque así, por la experiencia que se tiene de esas
prácticas a lo largo de la Historia ( y Económicas también incluye historia
económica), ya se sepa que es la forma más rápida de meter a un país en la II
Guerra Mundial, o la forma de conseguir el desabastecimiento de Venezuela a
pesar de ser un país que cuenta con el aval de la producción petrolera.
¿Qué
pretenden con esto? Pues seguramente parecer amables mientras justifican la
opresión a los opositores venezolanos, o quizá que los que quieren un cambio
sensato se equivoquen de papeleta y cojan la de Podemos; pero el caso es que
cuando se 'pretende' parecer algo es precisamente porque no se es ese algo.
Pero si
curioso resulta que un partido que decía no hacer marketing haya dado ese
repentino giro estético al buenrollismo,
más delator de su total entrega a la estrategia del vendedor resulta que un
partido que se consideraba de extrema izquierda, cercano se diría a movimientos
antisistema, se defina ahora como socialdemócrata, entre otras cosas porque
llevan ya unos años lanzando paladas de cal a esa ideología, a la que
consideran tan responsable de las perversiones del sistema español como al
propio Partido Popular.
Lógicamente,
la intención de Podemos es mantener los votos que ya tenían, es decir, los que
tienen su procedencia en la crisis económica y en el movimiento del 15-M, y
sumarles una amplia base, que aunque de izquierdas ya solo puede ser más
moderada, e identificada con la izquierda, es decir, lo que habitualmente
vienen siendo los socialistas. Y es que aunque yo crea que ese perfil de
votante encaja mejor en Ciudadanos -un partido liberal, que bien podríamos
definir como de izquierda realista, es decir, no ideologizada ni ferviente
devota de experimentitos sociales y resto de estrategias con tufo a control
social y totalitarismo-, Podemos cree que los socialistas deben ser su nuevo
público objetivo, el único que les puede acercar a ganar las elecciones, y que
si no lo han conseguido hasta ahora es por la imagen que transmiten, ya que al
votante socialista parece no ponerle el tema Venezuela, ni el de Irán, ni
siente especial simpatía por el abertzalismo, ni por el radicalismo casi como
cuestión estética, y porque tampoco le ha gustado la chulería y el enchufismo
que están mostrando las filas podemitas, y sus confluencias, en los sitios en
los que han conseguido gobernar.
Ya se
sabe cómo funciona Ikea, una empresa que se instala en un territorio, revienta
precios y destroza la industria local del mueble, gracias a que siendo una
empresa multinacional puede permitirse tener pérdidas en el nuevo territorio
financiadas por el beneficio que obtiene en otros mercados en los que ya se ha
consolidado. Para luego, cuando ya han conseguido cargarse a toda la
competencia, empezar a subir precios pues ya no queda nadie que pueda ofrecer
un producto competitivo a precio inferior.
Pues
bien, eso es lo que nos ofrece ahora Podemos, el partido que nos va a sacar de
la miseria: la imagen de una empresa que se carga el empleo local de su sector,
allí donde se instala; lo que nos lleva, aparte de comprobar la poca habilidad
de los dirigentes de Podemos en el empleo de los productos Ikea y en las labores
del hogar, que tal vez sí que han aceptado algunos males propios de la sociedad
socialdemócrata.
Y lo peor
de todo es quizá tener esa inquietante certeza de que los muebles de Ikea solo
están pensados para montarse, lo mismísimo que el chavismo (y resto de
regímenes con tics totalitarios), por poner algún inocente ejemplo.
Un tío simpático |