Gabriel Rufián, el flamante
portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados cuando Tardà se lo permite, no pierde
ocasión para dejar claro que las dos peores cosas que le han sucedido últimamente
a Cataluña han sido Jordi Pujol y Ciutadans (C’s), curioso punto de vista si se
tiene en cuenta el trato que les dispensa a ambos en la realidad, pues mientras
que no parece tener demasiados problemas morales para pactar e incluso
fusionarse con el entramado mafioso que montaron los Pujol -es decir, la
antigua Covergència Democràtica de
Catalunya (CDC) ahora PDECat, y luego ya veremos-, con C’s no suele
reprimirse los escupitajos que les dedica sin contemplaciones a la menor
ocasión a pesar de no ser un partido de gobierno en ningún sitio de Cataluña
sino un simple aspirante muchas veces despreciado por los propios nacionalistas
que lo consideran un partido residual. Extraña conducta esa la de odiar cosas
insignificantes. ¿Algo patológico? Tal vez, o quizá simple falta de amor propio expresada
externamente con un cierto grado de delirios de grandeza.
Sabemos que lo de CDC lo
justifica fácil con el proceso (¿qué proceso?) y con la necesidad de llegar a
acuerdos transversales para sacar adelante esas leyes que lo único que tienen
de democrático es que están aprobadas por una mayoría, conseguida, como no, en
un supuesto plebiscito en el que los votos de todos los ciudadanos no valían
igual, muestra inequívoca de que los que quisieron pervertir el resultado y el
significado de unas elecciones al Parlament
buscaban únicamente y exclusivamente el propio beneficio, y eso poco tiene que
ver con el fomento del espíritu democrático que le quieren atribuir al proceso.
¿En eso quieren convertirnos ahora los independentistas a los catalanes?
Aún así, y ya incluso
perdonándoles lo de la corrupción (se ve que entre patriotas está mal visto
tener esas cosillas en cuenta, como también demuestran a menudo los de la CUP),
aún así, se supone que la independencia era para cambiar las cosas no para
eternizar a CDC o el nombrajo de turno que se pongan, y tampoco se entiende
mucho que una persona muy de izquierdas, como se le supone a Rufián, quieran
llevarnos a la independencia de la mano de los de Pujol, lo más parecido a una
especie de Margaret Tatcher barretinada
que hemos tenido por aquí, que recordemos no dudaban en pavonearse ante el PP
cuando privatizaban los servicios públicos a manos de la camarilla colega, aconsejándoles
hacer lo mismo en esa tercermundista ‘España’. Quizá es que para Rufián y el
secesionismo todo vale, razón más que suficiente para que una persona con
dignidad se aleje rápido de esa ideología.
En cambio, la opinión de
Rufián respecto a C’s ya se entiende mucho mejor, pues no hay que olvidar que Rufián es el
patético hijo de inmigrantes al que se le saltan las lágrimas cuando recuerda que
sus padres vinieron a Cataluña en busca de una vida mejor (snif, snif…). Patético porque da a entender que sus padres vinieron
a Cataluña a recibir subvenciones y no a esforzarse como seguramente hicieron.
No hace falta esforzarse
mucho para darse cuenta de que el chico es de estos que piensan que sus padres
no aportaron nada a Cataluña sino que solo fue al revés, lo que supone un
extraño concepto de ciudadanía solo comprensible, seguramente sí, por gente de
esa que también llega a ‘pensar’ que consideran que son las lenguas, y no las
personas que las hablan, las que tienen derecho.
Como no podía ser de otra
forma, parece que Gabriel Rufián tampoco tiene en cuenta que, cuando sus padres
llegaron, ya eran muchos los andaluces que habían creado una estructura
económica y social propia que fue la que le permitió una integración poco traumática
en la práctica.
Puestos a ser agradecidos
podría agradecérselo a Franco que era el que administraba Cataluña en esos
momentos, pero eso queda mal por lo que ha preferido ser asimilado por la
mitología-ideología romántica originaria de la burguesía catalana, la de los
auténticos amos de sus padres en colaboración con el franquismo (¿alguien podía
mantener su estatus e incluso mejorarlo durante el franquismo sin colaborar con
el franquismo?), y por eso odia a C’s, pues la mera existencia de este partido
le recuerda constantemente lo que pudo haber sido y ya nunca podrá ser: un
ciudadano catalán sin complejos y no una mera mascota del independentismo de la
que sobre todo se destaca que es un ‘castellanohablante e independentista’, lo
que supone una especie de autoxenofobia insólitamente cómica, algo así como
Michale Jackson queriendo ser blanco porque los negros no podían triunfar en
USA.
C’s, en cambio, es un
partido de catalanes modernos, sin complejos, que ya han superado los traumas
que se supone que hay que tener por la España antigua (son otros los que aún
hoy en día hablan de 1714, la Guerra Civil o Franco), y más aún sobre la
pleitesía que exige el ridículo y acientífico romanticismo catalanista plagado
de inexactitudes; los de C’s son básicamente urbanitas y ya no consideran que
se deba pedir permiso al amo para hacer nada, que ya no hay que ser unos
vulgares perros amaestrados del tradicional establishment
catalanista que siempre gobernó Cataluña porque siempre se adaptó a monarcas,
dictadores, y lo que hiciera falta para mantener su estatus, y que ahora se han
hecho secesionistas por esa misma razón, porque consideran que era lo que
tocaba, que era la próxima tendencia, sino que es un partido que se compone de
gente que quiere y debe sustituir a esos palanganeros de su propia mitología juegotronera.
Gabriel Rufián odia a C’s
porque C’s le planta cada día en la jeta la diferencia entre pedir permiso al
patrón para que le deje ser catalán o serlo.
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