viernes, 29 de abril de 2016

Neofascistas en la UAB

A raíz del ataque violento sufrido por Sociedad Civil Catalana (SCC) en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) por parte de independentistas, he estado recordando mi paso por el campus de Bellaterra.
La verdad es que por aquella época era una especie de postpunk, a falta de mejor definición. Me gustaba (y me sigue gustando) la música punk española y su mensaje de realidad social, y eso significa casi en exclusiva el punk vasco, que posteriormente fue barrido por el muy facha y bastante despreciable rock nacionalista o radical vasco, ya no tan interesado en los problemas sociales como en convertirse en un elemento propagandístico más de unos ultranacionalistas siempre empeñados en resaltar las maldades de España en contraposición con una supuesta superioridad moral de su asterixado y obelixado ‘pueblo’ ancestral.
Nunca seguí una estética punk, si es que realmente existía tal cosa, pues, aunque cierto que todos le asocian ciertas características estéticas concretas, seguramente, lo que más define al punk como movimiento sea su oposición a lo establecido, en cualquiera de sus aspectos, y, por tanto, también opuesto a un uniforme oficialista. Así que nunca llevé cresta ni nada por el estilo, pero tenía tendencia a vestir completamente de negro, casi siempre con botas que llamábamos de la mili, compradas de segunda mano en los encants, aunque nuestro glorioso clima nos agasajara con sus famosos cuarenta grados a la sombra.
De ahí, por todas estas características y por ser bastante más joven que los ‘auténticos’ punks (punkis o punkys), que me defina como post.

Pero en realidad, toda esta anterior minibiografía carece de importancia excepto como contextualización de aquellos años.
Si algo importa de lo dicho es que ya por aquel entonces pensaba que lo mejor era que cada uno hiciera y pensase lo que le diera la gana, sin molestar demasiado a los demás, o incluso molestando un poco.
Obviamente, trasladar esto a la política es complicado, ya que todas las ideologías, aunque unas más que otras, son dogmáticas. Quizá la que más se adapta a este pensamiento sea la anarquía (anarkía), aunque reconozco que la anarquía nunca me acabó de convencer porque sencillamente considero imposible que una sociedad adopte el significado académico de esta palabra sin cierto tipo de reglas y autoridad. En la anarquía, seguramente, acabaría imperando la ley del más fuerte como si del mundo postapocalíptico de Mad Max se tratara.
Lo que es seguro es que es esta apuesta por las libertades individuales lo que me lleva a optar por el liberalismo hoy día, ideología que propugna, entre otras cosas, que el Estado no se nos pueda meter legislativamente hasta en la cama. Y más seguro aún es que este es el motivo principal por el que nunca podré ser nacionalindependentista, ideología asquerosamente dogmática, reaccionaria, y enfermiza, llena de analfabetos vitales que te obligan a estar dentro de unos parámetros que ellos mismos fijan para ser aceptados en su tribu, como si a todos nos debiera interesar mucho sus cositas de fachas con estelada.
Lo cierto es que a mí estos Robin Hood complices del sitema del 3% siempre me la bufaron bastante, por lo que en aquella época no les prestaba más atención que la inevitable. A ello, sin duda, también contribuía el clásico pensamiento envasado al vacío de esta gente, que gracias a lo que sea les llevaba a ‘pensar’ que los que andábamos por la Facultad de Económicas debíamos ser casos perdidos de ultraconservadores con la única aspiración de convertirnos en especuladores malo malísimos ansiosos por explotar a débiles y necesitados (cuando la realidad demuestra que la economía es justamente la ciencia más social de todas, pues es la única que puede garantizar una planificación social sostenible), por lo que solían dejarnos bastante en paz. Además, hay que reconocer que no teníamos tan buena marihuana como el ganado de historia, filología catalana o políticas, ambientes mucho más propicios para los que van por la vida de reencarnaciones mejoradas del Che.

A pesar de mi distanciamiento de la actividad política, que no del pensamiento, ya advertía que lo que se llevaba por allí era ser una especie de jipi (de jipipollas, para ser más exacto), así vestido normalmente con muchos colorines, que podía obtener un gran reconocimiento de sus compis si sabía manejar bien el diábolo o dar unos cuantos toquecitos a una pelota de perro con alguna parte de su cuerpo. Seguramente, un buen puñado de ellos forma actualmente parte de la ejecutiva de la CUP o ERC, o incluso son los artífices de la renovación ideológica de CDC, es decir, que paradójicamente forman parte de los partidos más fachas que uno se puede echar a la cara en Cataluña.

Se notaba entonces, y es de suponer que más ahora en esta época de procesismo, un claro intento por imponer un ambiente ideológicamente uniformado entorno al independentismo, así que no era extraño encontrar pintadas en la Plaza Cívica a favor de esto, o dárselas con algunas paredes forradas con carteles proindependentistas fomentando el odio hacia España y sus instituciones, siempre calificadas como fascistas.
¿De dónde sacaban todo el dinero necesario para imprimir tal cantidad de carteles con esa frecuencia constante?, solía preguntarme yo, centrado en la vertiente económica del hecho, aunque tampoco hacía falta ser John Nash para darse cuenta de que debían recibir dinero público y ayudas de varias formas irregulares, o alegales, como por ejemplo material a través de los partidos políticos secesionistas, o ayudas por constituirse en entidades estudiantiles, aunque su supuesta actividad no redundara en nada en el estudiante como tal.
La misma universidad debía financiarlos; desde luego, que les cedía locales es seguro. Si uno visitaba esas dependencias, algunas de ellas situados sobre las tiendas de la plaza Cívica –como la librería Abacus, cooperativa de consumidores que jamás ha preguntado a sus cooperativistas si la autorizan a mantener esa actitud nacionalindependentista activa que mantiene, demostrando el profundo ‘respeto’ que les inspira el llamado derecho a decidir-, uno no encontraba una asociación estudiantil de fomento de la lectura, de uso de tecnologías, de intercambio de conocimiento, de dialéctica, de ideas, ni siquiera de ajedrez, como parecería ser lo propio de un sitio así; lo que encontraba era eso que llaman el sindicato de estudiantes de los países catalanes, y otras chorradas neofascistas con muchas estrellas revolucionarias en sus carteles pero totalmente inútiles para el bien común estudiantil, y también para el social. Pura mierda del régimen al servicio del régimen.

¿Es aceptable eso en una institución, la Universidad, que debería fomentar el contraste de ideas como motor de conocimiento y de progreso? ¿Por qué la UAB permite que una ideología, y más aún la nacionalista, antítesis radical de la igualdad entre seres humanos, se apropie de un espacio consagrado al humanismo y al conocimiento?
Claro que en la universidad tiene que existir el hecho político, ya que forma parte del propio ser humano, pero en todo caso debe existir como contraste de ideas en busca del progreso satisfactorio de la sociedad, basado en el entendimiento. Y para que eso pueda producirse es necesario que exista la igualdad de condiciones en la libertad de expresión política, que es justamente lo que no se da en la UAB de Bellaterra, como bien se ha demostrado con la agresión sufrida por SCC, por cierto, decidida y organizada de antemano en sus propias aulas.
Uno podrá estar o no a favor de SCC, pero nadie tiene un solo argumento sólido para asegurar que se trata de una organización fascista. Los únicos que creen tenerlo son esos indigentes intelectuales de la estelada que consideran fascista a todo aquél que no se someta a sus tesis, lo que de hecho les convierte a ellos en lo más cercano al fascismo que uno se puede encontrar, y nos muestra la imbecilidad que supone tenerlos mínimamente en cuenta.
Por supuesto que la unión de pueblos es un concepto mucho más de izquierdas, y desde luego mucho más progresista que lo que podrá serlo jamás la desunión, cuyo objetivo principal es dividir al pueblo (entendido como la suma de personas que se definen por la simple característica de ser personas), en diversos chiringuitos tribales, según unas características secundarias que los soberanistas convierten en hechos más importantes que el de ser personas, como estrategia principal para poder explotarlos más fácilmente. Y es que el amo siempre vuelve a decirle al perro cómo debe comportarse, como una especie de eterno retorno nietzscheano pero con distinto collar.


La cosa es grave, y si la UAB quiere defender uno de los principales cometidos para lo que fue creada, o sea fomentar el pensamiento libre y ser motor de conocimiento intelectual, debería tomar medidas y poner algún coto a estos individuos estelados, porque, al final, por mucho que uno quiera ser libre e ir a su rollo, esta gente de ideología uniformadora nacionalista influye en la vida social de la universidad, reventando actos y conferencias de quienes ellos consideran -lo que acaba conllevando que la institución universitaria acabe autocensurándose invitando solo a conferenciantes del agrado ideológico de la minoría revienta actos-, controlando las fiestas de la universidad, obligando al alumnado a hacer huelgas que no quiere hacer, influyendo en la elección del profesorado y en el enfoque de las materias a través de las elecciones al rectorado, coaccionando de forma más o menos explícita a los que no están de acuerdo con sus planteamientos, lo que finalmente les convierte en auténticas organizaciones pseudomafiosas que acaban controlando el campus.

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