jueves, 25 de febrero de 2016

La Gran Coalición, la Gran Oportunidad

De entre todas las posibilidades de pacto que surgieron en la Elecciones Generales del 20 de diciembre de 2015, la más interesante parece ser la que se ha dado en bautizar como la ‘Gran Coalición’, es decir, un pacto de gobierno entre PP, PSOE y C’s.
Por descontado, todo el mundo la considera como la posibilidad más difícil e incluso antinatural de todas, ya que supondría un pacto entre las 2 fuerzas hegemónicas y antagónicas -aunque paradójicamente a nadie le sorprende que ERC y la CUP pacten con CDC, o que Bildu lo haga con el PNV, siendo, como son, partidos políticos tanto o más antagónicos-. Pero es que precisamente eso es lo mejor, ¿cómo demostrar de forma más contundente que se inicia una legislatura de cambio que si la lleva a cabo la unión del pacto político que nunca se iba a producir? A este hecho sí que se le podría llamar segunda transición.
Para la ciudadanía, el beneficio sería obvio porque para que esas dos formaciones puedan llegar a pactar un gobierno deberían renunciar a sus posturas más extremas, de manera que seguramente no caeríamos, por ejemplo, en una legislatura de recortes con pocas miras sociales -aunque seguro que sí de contención-, ni en una de despilfarro populista-bolivariano, pero sin petróleo, que son los dos temores económicos latentes. Sería una suerte del ‘centro radical’ que predicara Tony Blair en Reino Unido, en el que C’s jugaría el papel de pieza que une las bandas; la argamasa del pacto, por así decirlo.
¿Con quién prefiere pactar el PSOE, con un PP liberal en lo económico pero que no ha recortado las pensiones, o con los imitadores económicos de la Syriza que las ha recortado un 37% en Grecia?

A veces hay que tener cierto sentido de Estado, en vez de sentido de partido, y ahora parece la época más propicia para ello. Al fin y al cabo, los dos partidos están en una posición débil por culpa de la corrupción, y también por el cansancio y desgaste que produce el haber gobernado siempre, que se suma a un cambio de prioridades generacional.
Los dos partidos tardaron bastante en darse cuenta del cambio de tendencia en las exigencias ciudadanas; a una generación criada con mejores recursos, más europeizada y moderna, y con el mayor número de universitarios que ha tenido España nunca, no se la podía seguir gobernando como se hacía en los ochentas, noventas, etc., y más cuando estaba padeciendo su primera gran crisis económica. Han estado lentitos en aplicar recetas para las exigencias actuales, por lo que tal vez deberían considerar que ya solo pueden recuperar la confianza de los ciudadanos con un gesto de Estado, generoso, renunciando a sus intereses partidistas en aras del bien común. Enrocados en sus posturas actuales, parece que solo consiguen perder más votos, cosa que aún perjudicaría más la gobernabilidad del país en caso de convocarse nuevas elecciones, y el hartazgo definitivo podría mostrarse en un apoyo masivo a las fuerzas emergentes, porque que no se muevan ellos no significa que la ciudadanía no se vaya a mover.

Es evidente que una de las cosas que ha causado más malestar y desafección es la corrupción, que aunque mediáticamente parece perjudicar más a PP, también le está afectando a un PSOE que no consigue que la gente vuelva a confiarles un gobierno en mayoría.
La Gran Coalición podría ser un marco inigualable para abordar este tema, y permitiría a los dos partidos legislar en coalición sobre el mismo, haciendo realidad la promesa de actuar en serio contra este tipo de delincuencia. En paralelo, mientras ponen en práctica su compromiso con la trasparencia y contra la corrupción, podrían dedicarse a regenerar sus partidos, haciendo limpieza y redefiniéndose, sin el estrés que supone el objetivo de tener que recuperar el gobierno en el corto plazo.
Pero la corrupción no es solo ‘el tema’. Hay cierta sensación en la ciudadanía de que algunas cosas importantes parecen estar eternamente estancadas, inamovibles, por culpa del partidismo. Muchos hablan de reformar ciertos artículos de la Constitución (aunque casi nadie dice cuáles), pero para ello es imprescindible un gran consenso, ¿y qué mejor consenso se puede conseguir que un gobierno con los dos partidos mayoritarios, más el cuarto, y los que quieran sumarse? Todo el mundo dice que España necesita una reforma educativa que la acerque a los países punteros en esta materia, ¿qué mejor oportunidad entonces que la Gran coalición?
Pero es que aún hay más: por fin se podría abordar una reforma laboral consensuada y estable; un plan de empleo juvenil realista; la reforma agraria, los planes hidrológicos y energéticos, industriales,  y otros planes estratégicos nacionales; reindustrialización, investigación, financiación autonómica, seguridad social, pensiones, modernización y racionalización de la administración, infraestructuras, política exterior, etc. Todas estas decisiones necesitan continuidad en el tiempo para ser efectivas, por lo que es necesario que los dos partidos que seguramente se van a alternar en el poder pongan en común una mínima base, y también si cabe algunas líneas rojas, una especie de ‘objetivos país’ que al mismo tiempo defina el ‘carácter país’, y que la alternancia de poder deje de ser al fin un simple acto de derogación de lo que ha hecho el otro anteriormente.
PP y PSOE, además, gobiernan en casi todas las CC.AA., con lo que se evitan buena parte de las trabas tribales que muchas veces impiden la aplicación efectiva de las nuevas leyes.
Por último, no se puede olvidar que estamos inmersos en pleno desafío secesionista, y que para contrarrestarlo hace falta mucha unión y consenso, y la Gran Coalición tendría la suficiente fuerza para tender la mano pero también para aplicar medidas contundentes, en caso de ser necesarias.
Ahora es la Gran Oportunidad.

Qué bonito sería poder leer en un futuro libros de historia diciendo que hubo una vez en la que todas las fuerzas democráticas y españolas se unieron por el bien común del país, olvidando sus eternas rivalidades y ambiciones, y que con ello se consiguió dar el gran salto a la España mejor que la ciudadanía demandaba. Pero en todo caso, y ya sin recurrir al patético romanticismo, lo que parece claro es que la gente quiere cambios, que quiere ver una nueva forma de hacer que nos acerque a los países de más bienestar en diversos aspectos; así que los dos grandes partidos pueden ponerse el mono de trabajo, demostrando que lo de la corrupción solo ha sido fruto de una época ‘desafortunada’, o pueden mirar para otro lado mientras siguen perdiendo votos en favor de los que sí están dispuestos a hacerlos. 

lunes, 8 de febrero de 2016

Corrupción independentista. ¡Y tú más!

Si le comentas a uno de esos que tienen la estelada colgada en el balcón que los independentistas son corruptos, básicamente te responderán hablándote de la corrupción en Valencia o Madrid, es decir, con esa especie de ‘y tú más’, como si uno tuviera algo que ver con la corrupción de esos lugares, pero, en cualquier caso, con la pretensión de hacernos creer que la existencia de corrupción en otras partes exculpa a la propia. Si no te salen con eso, sencillamente lo negarán; pero siempre dejando constancia de que si los independentistas son corruptos lo serán por ‘influencia’ española, y que en una Cataluña independiente no habría corrupción.
No cabe duda de que el recurso a la ‘influencia’ española lleva implícito algo de la pulsión xenófoba que todos intuimos inherente al independentismo, y sin duda lleva mucho de antiespañolismo. Es aquello de ver la paja en el ojo ajeno y no querer ver la viga en el propio; algo bastante contradictorio con los propios delirios ideológicos independentistas, pues la zona más corrupta de esta corruptísima España es la que ellos mismos reivindican como Països Catalans. Cualquiera puede echar un vistazo al listado de imputados en estos sitios para darse cuenta de que parecen tener un origen bien catalán. Oh claro, es que esos no son catalanes sino colonos; por descontado, el territorio sí que es catalán pero las personas que llevan viviendo allí desde que existe el territorio, no. De nuevo, la xenofobia como único argumento.

Y digo yo, ¿no sería más fácil admitir directamente que el catalán en general, y el independentista en particular, también puede ser corrupto? Pues se ve que no, y por eso, porque como independentistas tienen mala conciencia, para responder a eso tienen bien preparado el ‘y tú más’ que mencionaba al principio, ese consuelo de tontos que les sirve de justificación para que nada cambie y puedan seguir mamándola.

Pues bien, ya que algunos van a seguir recurriendo a las comparaciones, analicemos una de las grandes diferencias que se dan entre la corrupción del resto de España y Cataluña:
En el resto de España la corrupción parece ser de tipo ‘estructural’, en el sentido de que la estructura del sistema la permite. Cuando disminuyen los controles sobre la corrupción, ésta aumenta. Suele pasar en los países civilizados, de ahí la importancia de la creación de organismos independientes (o no dependientes del propio poder político), para que la controlen.
En Cataluña, en cambio, el fenómeno de la corrupción parece ser más bien de tipo cultural; igual de cultural como se dice que es la mafia en Sicilia, territorio, por cierto, conquistado exclusivamente por catalanes según el propio ideario independentista. Lo cual nos lleva a una especie de cuadratura perfecta del círculo. Todo queda en casa.
Y es que en Cataluña nadie se sorprendió cuando Maragall pronunció la famosa frase del 3% en el Parlament; de hecho, la mayor sorpresa fue que solo se tratara de un 3%, indicativo más que alarmante de hasta qué punto tenemos interiorizada (culturalmente) la corrupción.
A todo se acostumbra uno, y por eso tampoco quedan ya catalanes que se escandalicen si al frente de la Oficina Antifraude de la Generalitat se colocan a personas relacionadas con casos de corrupción, por no citar ya el arribismo y enchufismo generalizados. Vivimos en la Costra Nostra profunda.

Aún hay otra muestra más clara de la asimilación cultural de la corrupción en Cataluña, y es que mientras en la Comunidad Valenciana, ese territorio catalán pero plagado de colonos, ya no gobierna el PP porque la gente colona que vota ha visto claro que este partido debía pasar una temporada en la nevera (como mínimo, hasta que haga limpieza), en esta Cataluña plagada de no colonos, digo yo que estará entonces repleta de indígenas o autóctonos, o como prefieran definirse, Convergència sigue acaparando el poder en decenas de administraciones (ayuntamientos, diputaciones, organismos públicos, Generalitat, etc.), y lo hace gracias a los partidos independentistas supuestamente de izquierda, como son ERC y la CUP.
Debemos suponer entonces que estos partidos de la cultura patriótica consideran que la corrupción, y más concretamente la corrupción de la derecha, no es corrupción ni relevante, si la llevan a cabo ‘sus’ auténticos catalanes.

Y en el fondo, esa es la cuestión: si la corrupción no es un hecho relevante para la política, y lo que importa es el grado de ‘catalanidad’ de los corruptos que la llevan a cabo, solo puede deberse a que se la considere como algo cultural e inevitable, desde luego no como algo político y que afecta a la política; y quizá la muestra más tristemente clara de esto sea que los votantes aceptan la situación como tal.