domingo, 24 de mayo de 2015

La ultrapolítica y los independentistas

Las reivindicaciones de los independentistas en absoluto son políticas, y no lo son por la forma misma en la que ellos las plantean.
Existen varias formas de negar el hecho o conflicto político. Jacques Rancière citaba 3, a saber:
  1. La archipolítica.
  2. La parapolítica.
  3. La metapolítica.
No voy a definir estos conceptos, pues aunque en menor o mayor medida también se dan en los independentistas -sobre todo, la archipolítica-, la forma de negación de lo político que más emplean los de la estelada es una cuarta, llamada ultrapolítica.

El término ultrapolítica lo descubrí por primera vez leyendo al filósofo esloveno Slavoj Zizek, pero desconozco si fue acuñado por él. A este respecto, sólo puedo añadir que Rancière no cita el término, y que no he encontrado su origen a pesar de haberlo buscado, por lo que a falta de nuevos datos le atribuiré la paternidad momentánea al esloveno.
Sin embargo, el concepto que expresa no es nuevo, y menos para los que no somos independentistas. Quién mejor para definirlo que el padre de la criatura: La ultrapolítica es “el intento de despolitizar el conflicto extremándolo mediante la militarización directa de la política, es decir, reformulando la política como una guerra entre “nosotros” y “ellos”, nuestro Enemigo, eliminando cualquier terreno compartido en el que desarrollar el conflicto simbólico.”
Os resulta familiar, ¿verdad? Pero es que, además, en el caso del nacionalismo catalán en general, pero sobre todo del independentismo en particular, la ultrapolítica se utiliza en dos sentidos: como forma de relacionarse con el Estado y como forma de relacionarse con los propios catalanes, a los que se deniega reiteradamente tener otras aspiraciones políticas fuera del oficialismo imperante, bajo la más que latente amenaza de estigmatización social.
A esta forma de proceder, también podríamos bautizarla con un nombre alternativo, más nuestro, como por ejemplo ‘guerracivilismo’ político, pero, en cualquier caso, de lo que se trata es de convertir la política en una especie de guerra social, con buenos y malos predeterminados por adelantado, con la intención de evitar un posicionamiento favorable de la población hacia la otra parte –la no oficialista-. Es por esto por lo que se puede afirmar que el independentismo no es democrático, ya que negando lo político, obviamente, niega la existencia de la política, es decir, de la alternancia de otras formas de hacer y pensar, con lo que ya sólo nos queda obedecer al oficialismo, contribuyendo de paso a su perpetuación.
Llevamos 300 años en guerra; si no hacemos esto u aquello, Cataluña desaparecerá; sí o sí; pretenden la desaparición del catalán; fascista, franquista, botifler… y todo el bonito lenguaje del discurso secesionista.
Artur Mas es un maestro de la ultrapolítica, de la guerra a ultranza que diríamos aprovechando lo de 1.714; pero lo es porque la base ideológica del independentismo, más si cabe aún del vasco, es la derrotar del Enemigo, es decir, de España. La única solución que ellos van a considerar aceptable es nuestra derrota.

¿Por qué actúan así los independentistas? Pues porque saben que si sometiéramos la independencia, y otras cuestiones como la educación, a un estudio y debate político público racional, en igualdad de condiciones, nos daríamos cuenta de que no todo es tan ‘bonito’ ni rentable como nos lo pintan, y que, por tanto, la independencia no es conveniente. En cambio, lo que sí les conviene es que la gente siga teniendo la expectativa de la idílica independencia en la cabeza, porque precisamente ha sido con ese ‘ruido’ con el que han conseguido hacerse con el poder, y perpetuarse en él. Es un mensaje bueno para seducir a los despistados de neuronas, que da votos y que produce un desgaste mínimo, ya que todo lo que salga mal se le puede achacar al Enemigo.
La cuestión es: ¿para qué sirve un independentista después de la independencia?