viernes, 16 de diciembre de 2016

El premio Nobel a Bob Dylan

Para variar, acabaremos el año con una entrada que por primera vez en este blog no será política, siempre y cuando consideremos que el premio Nobel y la cultura no lo sean…

Desde que se conociera la concesión del premio Nobel de Literatura a Bob Dylan hemos leído, visto y oído, innumerables opiniones al respecto en todos los formatos existentes hoy día. Los comentarios más populares van desde la oposición total al apasionamiento irracional por la mencionada concesión; en cambio, en las cabeceras más tradicionales, en los medios de toda la vida, parece que los colaboradores estrella han optado por posicionarse más bien en contra de la concesión del Nobel al cantautor de Minnesota.
Los argumentos contrarios suelen ir referidos en dos sentidos:
1.    Bob Dylan no es escritor. No hace literatura.
2.    No es un premio a la alta cultura.
Ambas son cuestiones básicamente filosóficas: ¿Qué es ser escritor o qué es literatura? ¿Todo aquel que escribe es escritor y todo lo escrito es literatura? ¿Y qué es alta cultura? ¿Toda expresión del pueblo es cultural o solo lo es la expresión de las élites ilustradas?
Obviamente, todo esto daría para un ensayo, y esta entrada no lo es, así que vamos a centrarnos en lo básico.


En primer lugar, hay que destacar que casi nadie duda de que Bob Dylan merezca un reconocimiento de Nobel, excepto en unos casos bastante concretos que han aprovechado para definir  el arte del autor estadounidense como vulgar o popular. Lo que básicamente se cuestiona es que se merezca un premio destinado a la literatura. En ese aspecto, hay que reconocer  que, quizá, los premios Princesa de Asturias estuvieron más acertados concediéndole el de las Artes, concepto mucho más amplio que puede englobar casi cualquier disciplina, y del que Dylan parece indudablemente merecedor.
Pero aun así, no parece muy acertado decir que Bob Dylan no hace literatura, a no ser que solo consideremos literatura a la prosa en general, y a la ficción en particular.
Si consideramos que la poesía es merecedora de ser calificada como literatura, Bob Dylan es entonces merecedor de un premio literario, ya que, aunque los textos de sus canciones fueron escritos para ser escuchados más que para ser leídos, no cabe duda de que poseen una alta calidad poética. A esto, habría que añadirle que una de las características más celebradas de la poesía es su musicalidad, razón por la que tantas poesías de numerosos poetas hayan sido versionadas o interpretadas con música. Solo hay que fijarse en el territorio patrio, en Lorca o Miguel Hernández por poner dos claros ejemplos. Y Dylan no solo ha puesto el texto sino también la música, y la forma de interpretar todo el conjunto, lo cual no parece restarle valor como poeta sino, en todo caso, incrementárselo.

Como parece complicado negarle a Dylan la condición de trovador moderno, es decir, de poeta y por tanto merecedor de premios literarios, este primer argumento se ha ido camuflando por otro más sofisticado que considera que, sea lo que sea lo que haga el autor de la ciudad de Duluth, eso no es alta cultura. Es este, sin duda, un argumento bastante elitista y hasta reduccionista, casi del tipo nazi afirmando que lo que hacía Picasso podía hacerlo un niño de 3 años.
¿Qué es alta cultura? ¿Qué es alta literatura? ¿Un Dostoievski escribiendo ‘El jugador’ es alta cultura? ¿lo es ‘El doctor Jekyll y míster Hyde’ de R.L. Stevenson? ¿’La isla del tesoro’? ¿Jack London? ¿’La dama de Blanco’? ¿’Cien años de soledad’? ¿’Alicia en el país de las maravillas’? ¿’Kim’, de Kipling? ¿los diversos cuentos de Poe?

Podríamos seguir poniendo infinitos ejemplos, pero si se dice popularmente que ‘lo breve dos veces bueno’ es porque tenemos cierta capacidad para captar conceptos, así que queda claro que muchas de las grandes obras, de las más exitosas, vendidas, premiadas y reconocidas, de la literatura universal no destacan por su elevado y sesudo contenido, sino por tener eso que nos hace soñar, volar, trasladarnos a otros sitios, sentirnos otras personas, disfrutar y emocionarnos en el sofá o en el asiento de un tren, en medio del campo, o donde sea. Otra cosa no, pero sobre conseguir eso poco puede reprochársele a las canciones del ya hace tiempo eterno Bob.