Sin duda, una de las noticias más
destacadas del pasado mes de abril de 2016 en Cataluña fue la aparición del
manifiesto Koiné, documento en el que ‘reconocidos’ secesionistas dejan clara
su postura respecto al bilingüismo.
<<El bilingüismo es malo,
el bilingüismo es caca, el bilingüismo mata>>, podría ser un resumen aproximado
sobre lo que esos extraños lingüistas, favorables al monolingüismo y a la
extinción programada de las lenguas a las que ellos mismos no han puesto la
etiqueta de propia, quisieron transmitir desde el paraninfo de la Universidad
de Barcelona, dejando de paso por los suelos a los inocentes que aún pensaban
que el independentismo era un movimiento transversal y buenrollista, y a los que defienden la secesión en castellano;
aunque cierto que estos últimos ya lo tenían difícil, pues todo el mundo ha
comprendido que solo pueden aspirar a convertirse en simples traductores de la teología
secesionista que nunca defenderán verdaderamente los derechos ni intereses
lingüísticos de los castellanohablantes, a no ser que quieran que la mano del
amo deje de acariciarles el lomo.
Debe ser el rubor que les
provoca su consciente hipocresía lo que de vez en cuando lleva a estas gentes a
descolgarse con declaraciones tipo ‘el castellano también es nuestro patrimonio’;
aunque luego no se les vea ningún esfuerzo ni iniciativa por dotar a la lengua de
una clara protección jurídica, ni por fomentar su proyección social, como sí que
hacen con la lengua de sus compañeros de viaje a Ítaca.
Pero todo tiene su lado
positivo, y es justamente gracias a actos como la presentación del manifiesto
Koiné cuando nos damos cuenta de la auténtica esencia e intenciones del
secesionismo en Cataluña, que, aunque pretenda mimetizarse con la democracia,
al final acaban dando el cante como un camaleón daltónico, mostrando lo que
realmente son: nacionalistas identitarios radicales con delirios de grandeza,
que quieren llevar hasta sus últimas consecuencias.
Una muestra de ello es que las
pocas voces discrepantes con el manifiesto Koiné, dentro del propio
secesionismo, lo han sido por las formas y por algunas de las frases que emplea,
pero sobre todo porque no era el momento adecuado para ser tan sinceros, pues
antes de un imaginario referéndum secesionista no parece que la mejor estrategia
pase por mostrar todas las cartas a los ilusos que aún pensaban que con la
secesión se iba a respetar la lengua materna de la mayoría de catalanes.
El secesionismo catalán nunca
ha estado a favor del bilingüismo, y menos aún del castellano. En realidad, los
Koiné solo expresan sin tapujos lo que los gobiernos nacionalistas llevan
tiempo aplicando a través de lo que se llama normalización lingüística, en
concreto, a través de la inmersión.
La inmersión lingüística, como
concepto, consiste en situar al alumno en un ámbito lingüístico diferente al de
su entorno para que aprenda una nueva lengua. En una sociedad que respete y
pretenda fomentar el bilingüismo, esto debería hacerse de forma bidireccional.
¿Por qué no inmersionar entonces al castellano a los niños que viven en zonas
de claro predominio monolingüístico catalán? Obvio, ¿no? Y es que en Cataluña
no existe un modelo de inmersión, sino uno de submersión lingüística. No hay,
por tanto, que oponerse a la inmersión por ser un instrumento de adoctrinamiento.
Adoctrinar bien puede hacerse en cualquier lengua, porque lo que adoctrina no
es la lengua sino la temática y la forma de enfocarla. Bien sabemos que hay antiespañoles
en castellano, como ciertas personas del País Vasco, y muchos podemitas y
‘rufianes’ de medio pelo, en otros sitios. Hay que oponerse a la inmersión
porque, como ya advirtieron algunos visionarios en su momento, ésta solo
pretende la extinción programada del bilingüismo, es decir, del castellano.
Al principio de la democracia
todos estos ‘Koiné’ de ahora fueron partidarios del bilingüismo, pero básicamente
porque ello les proporcionaba el salvoconducto perfecto para poner en práctica
sus auténticos planes de objetivo bien distinto.
Impusieron la opinión pública -de
la misma forma que ahora tratan de imponer el pensamiento único secesionista-
de que era esencial aplicar un sistema educativo basado en la inmersión
lingüística al catalán para que esta lengua pudiera alcanzar el mismo nivel de uso
social del castellano en Cataluña, y conformar así una auténtica sociedad
bilingüe. Incluso ahora, esos que dicen que en Cataluña no existe conflicto
lingüístico pero luego pasan sus fines de semana firmando manifiestos a favor
de la extinción política de lenguas, cuando se les pone contra las cuerdas
argumentales, presumen de modelo y salen con aquello tan realmente gracioso de
que cualquier niño catalán sabe hablar dos lenguas más que cualquier presidente
español. Lo gracioso, claro está, es que sean precisamente esas gentes, tan
orgullosas de este ‘hecho diferencial’ de ‘sus’ niños, las que ponen más empeño
en acabar con el bilingüismo; aunque solo lo es si no se acepta la realidad y
se asume que lo que siempre se ha perseguido con la inmersión no era otra cosa
que la supremacía del catalán neutro, y la conversión en residual del
castellano.
Los mismos firmantes del manifiesto
Koiné lo dejan claro cuando afirman que la mayor amenaza para el catalán es el
bilingüismo. Y ojo, porque ya se sabe que para estos una amenaza es cualquier
cosa que modifique la lengua respecto a los parámetros académicos que ellos
mismos han establecido como pétreos muros contenedores de lo único posible.
Incluso la natural evolución de
las lenguas es un peligro que debe ser combatido a cualquier precio; algo tan absurdo,
que si los romanos y los de épocas posteriores hubieran puesto el mismo empeño
para evitar esa evolución, el catalán ni siquiera existiría.
Así, los secesionistas que tras
Franco hablaban de la necesidad de respetar la lengua materna en la enseñanza -concepto
hoy en día sustituido por lengua propia, con el fin de regatear el derecho
internacional de los niños-, y fomentar el bilingüismo -que hasta se decía que nos
hacía más inteligentes y todo-, no se atrevieron de buen principio a exponer tan
abiertamente sus verdaderas intenciones para la extinción programada del
castellano como lo hacen hoy en día porque sabían que entonces los partidarios
del genocidio lingüístico eran ridícula minoría, mientras que ahora piensan que
por haber coordinado un corro de la patata grande todo el mundo está inequívocamente
de acuerdo con cualquier ocurrencia que puedan salir de sus cabecitas.
De todas formas, igual que los
secesionistas ahora se autoconvocan a un plebiscito, lo pierden, y siguen
adelante con sus estructuras de Estado y su proceso, los partidarios de
programar políticamente la extinción del castellano siguieron adelante, intentando
conseguir el efecto sin que se notara el cuidado, sumando a la aplicación de una
inmersión lingüística cada vez más radical, nuevas acciones como el ensalzamiento
del ya mencionado concepto de ‘lengua propia’ (llengua pròpia), que en la práctica no significa otra cosa que
‘lengua única’ -o única lengua oficial-, de obligada utilización para todo lo que
gestiona la administración pública, tanto local como autonómica, incluido el
acceso a cualquier tipo de ayuda o subvención (que, por supuesto, también son pagadas
por la mayoría castellanohablante).
Si los catalanes
voluntariamente decidiésemos dejar de hablar catalán, ¿la Generalitat, y la
administración en general, nos lo debería impedir? ¿Hasta qué punto pueden
hacer esto sin caer en el fascismo? ¿Quién tiene derechos, la persona o la
lengua?
Si son las personas, los
castellanohablantes son mayoría y por lo tanto no se les puede despreciar; si
son las lenguas, ¿por qué solo una de ellas tiene derecho ‘institucional’?
¿Acaso solo somos soberanos para
lo que nos dicte el establishment del
momento? Nos dicen que el pueblo manda, y el famoso derecho a decidir se basa
en eso. Una de las cosas que la persona más libremente decide es la lengua en
la que quiere expresarse, y ese es el problema: si en Cataluña dejas que la gente
decida libremente la lengua que utiliza, escogen el castellano. Si son esa
mayoría aplastante (aclaparadora) que
dicen ser, ¿por qué tienen miedo a preguntar si estamos a favor de la inmersión
en catalán? ¿Tanto miedo les da la democracia?
Todas las respuestas que nos
podamos dar, nos llevan a lo mismo: los independentistas solo consideran el
derecho a decidir como eufemismo de derecho a autodeterminación, que para ellos
es igual a independencia, y pretenden que solo se decida respecto a eso. Aún
así, lo que está claro es que el derecho a decidir será derecho a decidir ‘cualquier’
cosa -porque derecho solo a decidir ‘algunas’ ya lo tenemos-, o no será.
Se repite como mantra que el
catalán es la lengua que permite la cohesión social en Cataluña, pero todo el
mundo sabe que es muchísimo más probable que una persona que se instale en
Cataluña tenga antes alguna noción de español que de catalán, y precisamente eso
es lo que no les gusta: reconocer que, según sus propios parámetros, la auténtica
lengua de cohesión e integración en Cataluña es el castellano, lengua con
auténtico valor económico, social y cultural. Por eso es sabido que el
pujolismo fomentó la inmigración musulmana, a la que consideraba con escasas
nociones de español, frente a la inmigración castellanohablante de Latinoamérica.
Pero, de todas formas, si se
quiere persistir en esa línea, lo que parece demostrado es que no es la lengua
lo que cohesiona sino la renta. Solo hay que echar un vistazo a Francia, donde
los inmigrantes de lengua francesa parecen ser los primeros antifranceses. Y, en
todo caso, si la cohesión se consigue con la lengua, en una sociedad
auténticamente bilingüe no debería existir problema para que ésta se produzca
en cualquiera de las dos.
El manifiesto Koiné está en
perfecta sintonía con el concepto ‘lengua propia’, que no pretende significar
que el castellano sea impropio sino que es ajeno a los catalanes, es decir, extranjero.
Entendiendo esto, a nadie extraña
que los firmantes acusen de colonos lingüísticos a los inmigrantes que llegaron
a Cataluña durante la época del desarrollismo, demostrando de paso un gran
desconocimiento, por supuesto intencionado, de la historia de Cataluña, en la
que se dan numerosos escritos en castellano desde bastante antes de 1.714, fecha
fetiche que los de la estelada consideran como el inicio de la
‘castellanización’ de Cataluña.
Tanto les da que los
historiadores serios daten la presencia normalizada del castellano en Cataluña,
como mínimo, en el s. XIV; ni tampoco que luego existiera el periodo de Decadencia
del catalán por voluntad de los propios catalanes, entre los s. XVI y s.XIX. Que
Ramón Berenguer hablara castellano, o que Fernando El Católico, Ferran para los
amigos, lo adoptara para la Corte, o que conmemorando a Cervantes releamos en El
Quijote que en la Barcelona de aquellos años todo el mundo hablaba castellano,
lengua que los barceloneses consideran propia; que Juan Boscán (Joan Boscà), el
gran poeta catalán del XVI escribiera sobre todo en castellano, o que el elogio
fúnebre a Pau Clarís (1641), héroe oficialista de Els Segadors, se escribiera en castellano; o que textos anteriores,
como las justas poéticas para celebrar la
canonización de Raimundo de Peñafort, en Barcelona en 1607, fueran escritas
mitad en castellano y mitad en catalán.
Ejemplos todos que demuestran que
el castellano ha sido siempre utilizado social y económicamente en Cataluña -por
ejemplo, editando más libros en castellano que en catalán-, por lo que jamás ningún
castellanohablante debería haber sido definido como colono lingüístico por haberse
desplazado de otra zona igualmente castellanohablante, y menos aún tratándose de
su propio país… a no ser que exista la clara voluntad de fomentar la xenofobia
y la estigmatización social por origen o cultura.
¿Por qué no preguntarse si fueron
los inmigrantes catalanohablantes que vinieron del interior, atraídos por los
cantos de sirena de la revolución industrial, los que se comportaron como
auténticos colonos lingüísticos en el área conocida como metropolitana de Barcelona?
En todo caso, si los Koiné aseguran
que el castellano es la lengua de los inmigrantes y trabajadores, ¿no cabría
preguntarse también si no es el catalán la lengua de los ricos y los
explotadores? Bien podría serlo, teniendo en cuenta que la Generalitat es el
instrumento con el que los explotadores autóctonos han conseguido perpetuar su
poder en Cataluña, y que el catalán es la lengua en exclusiva de esa
administración.
¿Y qué pintaría una persona verdaderamente
de izquierdas apoyando a todos estos?
Pero el nacionalismo, ahora
patrimonio exclusivo del secesionismo, siempre se ha comportado como un régimen
en Cataluña. Solo se pueden estar a favor de su relato historicista
–básicamente sembrado de mentiras para que les pueda servir de ingeniería ideológica-,
o contra él. Y la lengua, para ellos, tiene un papel fundamental en todo esto,
ya que quizá sea el hecho diferencial menos falso, sobre todo, a ojos de esos
intelectos desfasados, aún fervientes creyentes de un anticuado nacionalismo
clásico.
Pero el nacionalismo, ahora
patrimonio exclusivo del secesionismo, siempre se ha comportado como un régimen
en Cataluña. Solo se pueden estar a favor de su relato historicista
–básicamente sembrado de mentiras para que les pueda servir de ingeniería ideológica-,
o contra él. Y la lengua, para ellos, tiene un papel fundamental en todo esto,
ya que quizá sea el hecho diferencial menos falso, sobre todo, a ojos de esos
intelectos desfasados, aún fervientes creyentes de un anticuado nacionalismo
clásico.
Es por ellos que el régimen
independentista puso en marcha toda su maquinaria contra los firmantes del
manifiesto por la lengua común, que en ningún momento llegaban tan lejos ni
pedían que ninguna lengua dejara de ser oficial. Sin miramientos morales, y aún
menos de decencia básica, lanzaron sus histéricas acusaciones conspiranoicas
con el fin de hacer creer a la opinión pública que de nuevo cabalgaba un
supuesto fascismo anticatalán, en contraposición con lo que han hecho ahora con
los Koiné, esos pseudointelectuales (no respetados por sus aportaciones a la
lingüística en ningún sitio, excepto por los nacionalistas partidarios de la
‘solución final’ para el bilingüismo en Cataluña), autores intelectuales del
programa de extinción política del bilingüismo en general, y del castellano en
particular, a los que a pesar de haber intentado atentar contra los cimientos
de la convivencia social en Cataluña, el régimen nacionalindependentista, y sus secuaces de la pantumaca mediática, se les ha intentado amparar con la cara más
despreciable de la libertad de expresión: aquella cara que tienen los que
fomentan el odio amparándose en un supuesto derecho a expresar cualquier cosa,
incluso el fascismo que pretende eliminar derechos lingüísticos no solo a los
castellanohablantes sino a toda la sociedad.