viernes, 16 de diciembre de 2016

El premio Nobel a Bob Dylan

Para variar, acabaremos el año con una entrada que por primera vez en este blog no será política, siempre y cuando consideremos que el premio Nobel y la cultura no lo sean…

Desde que se conociera la concesión del premio Nobel de Literatura a Bob Dylan hemos leído, visto y oído, innumerables opiniones al respecto en todos los formatos existentes hoy día. Los comentarios más populares van desde la oposición total al apasionamiento irracional por la mencionada concesión; en cambio, en las cabeceras más tradicionales, en los medios de toda la vida, parece que los colaboradores estrella han optado por posicionarse más bien en contra de la concesión del Nobel al cantautor de Minnesota.
Los argumentos contrarios suelen ir referidos en dos sentidos:
1.    Bob Dylan no es escritor. No hace literatura.
2.    No es un premio a la alta cultura.
Ambas son cuestiones básicamente filosóficas: ¿Qué es ser escritor o qué es literatura? ¿Todo aquel que escribe es escritor y todo lo escrito es literatura? ¿Y qué es alta cultura? ¿Toda expresión del pueblo es cultural o solo lo es la expresión de las élites ilustradas?
Obviamente, todo esto daría para un ensayo, y esta entrada no lo es, así que vamos a centrarnos en lo básico.


En primer lugar, hay que destacar que casi nadie duda de que Bob Dylan merezca un reconocimiento de Nobel, excepto en unos casos bastante concretos que han aprovechado para definir  el arte del autor estadounidense como vulgar o popular. Lo que básicamente se cuestiona es que se merezca un premio destinado a la literatura. En ese aspecto, hay que reconocer  que, quizá, los premios Princesa de Asturias estuvieron más acertados concediéndole el de las Artes, concepto mucho más amplio que puede englobar casi cualquier disciplina, y del que Dylan parece indudablemente merecedor.
Pero aun así, no parece muy acertado decir que Bob Dylan no hace literatura, a no ser que solo consideremos literatura a la prosa en general, y a la ficción en particular.
Si consideramos que la poesía es merecedora de ser calificada como literatura, Bob Dylan es entonces merecedor de un premio literario, ya que, aunque los textos de sus canciones fueron escritos para ser escuchados más que para ser leídos, no cabe duda de que poseen una alta calidad poética. A esto, habría que añadirle que una de las características más celebradas de la poesía es su musicalidad, razón por la que tantas poesías de numerosos poetas hayan sido versionadas o interpretadas con música. Solo hay que fijarse en el territorio patrio, en Lorca o Miguel Hernández por poner dos claros ejemplos. Y Dylan no solo ha puesto el texto sino también la música, y la forma de interpretar todo el conjunto, lo cual no parece restarle valor como poeta sino, en todo caso, incrementárselo.

Como parece complicado negarle a Dylan la condición de trovador moderno, es decir, de poeta y por tanto merecedor de premios literarios, este primer argumento se ha ido camuflando por otro más sofisticado que considera que, sea lo que sea lo que haga el autor de la ciudad de Duluth, eso no es alta cultura. Es este, sin duda, un argumento bastante elitista y hasta reduccionista, casi del tipo nazi afirmando que lo que hacía Picasso podía hacerlo un niño de 3 años.
¿Qué es alta cultura? ¿Qué es alta literatura? ¿Un Dostoievski escribiendo ‘El jugador’ es alta cultura? ¿lo es ‘El doctor Jekyll y míster Hyde’ de R.L. Stevenson? ¿’La isla del tesoro’? ¿Jack London? ¿’La dama de Blanco’? ¿’Cien años de soledad’? ¿’Alicia en el país de las maravillas’? ¿’Kim’, de Kipling? ¿los diversos cuentos de Poe?

Podríamos seguir poniendo infinitos ejemplos, pero si se dice popularmente que ‘lo breve dos veces bueno’ es porque tenemos cierta capacidad para captar conceptos, así que queda claro que muchas de las grandes obras, de las más exitosas, vendidas, premiadas y reconocidas, de la literatura universal no destacan por su elevado y sesudo contenido, sino por tener eso que nos hace soñar, volar, trasladarnos a otros sitios, sentirnos otras personas, disfrutar y emocionarnos en el sofá o en el asiento de un tren, en medio del campo, o donde sea. Otra cosa no, pero sobre conseguir eso poco puede reprochársele a las canciones del ya hace tiempo eterno Bob.


viernes, 18 de noviembre de 2016

¿Por qué los secesionistas tienen tanto miedo a la CUP?

Los NO independentistas estamos acostumbrados a que los independentistas nos llamen de todo: que si fachas, que si fascistas, que si anticatalanes, agentes del CNI, o incluso, como decía Isabel Coixet, cosmopolitas.
Tampoco es que haga falta ser muy listo para saber que en Cataluña, si uno no comulga con el pensamiento único secesionista, solo puede aspirar a ser definido políticamente como lo anterior, y seguro que también como botifler o quintacolumnista, por cierto tipo de individuo. Es algo ya tan extendido que prácticamente se ha naturalizado, y de esa misma forma suele ser aceptado por el afectado, aunque cada vez con más creciente orgullo –es aquello de que si un independentista no te insulta es que algo estarás haciendo mal-, porque, al final, cualquier persona con dos dedos de frente acaba dándose cuenta de que, de hecho, casi todas las veces, la desacreditación personal por motivos ideológicos es la única forma que tienen los mendigos intelectuales de contrarrestar dialécticamente a un contrincante netamente superior argumentalmente.

Pero la reacción del oficialismo catalán contra la CUP es algo que tiene matices diferentes, porque considerar enemigo de Cataluña al disidente no nacionalista, repetimos, es incluso comprensible desde la lógica dialéctica que siempre ha mantenido el establishment secesionista; pero que a los propios independentistas se les ponga en el mismo saco de enemigos del pueblo catalán cuando no se pliegan a la voluntad de ERC y CDC (actualmente fusionados en Junts Pel Sí) es algo por lo que nunca vamos a poder estarles del todo agradecidos, ya que supone una de las demostraciones más flagrantes de que el secesionismo no es la ideología democrática que predican algunos, sino más bien un vulgar régimen capaz de atacar visceralmente a los que no están de acuerdo con la secesión y a los secesionistas que no obedezcan las consignas lanzadas por el entramado mafioso conformado por CDC, ERC, Òmnium Cultural, ANC y AMI.

Pocas explicaciones que no se adentren en la teoría de la lucha de clases pueden satisfacer la comprensión del curioso acto de humillación al que la burguesía secesionista somete a los pobres y desgraciadetes okupas de la estelada.
Aparte de marcar paquete y demostrar qué pueden hacer a un izquierdista auténtico si pueden humillar con tan pocos escrúpulos a sus propios cachorros, la cosa seguro que tiene algo que ver con lo único que puede resultar admirable de la CUP, y es esa visión de la independencia como mero ‘instrumento’ para conseguir otras cosas.
Es sabido que el objetivo final de la CUP es la destrucción del actual sistema, que ellos llaman neoliberal pero que en España se basa en la economía social de mercado, como paso previo a la instauración de otro ‘no capitalista’ cuando no directamente anticapitalista.
Ellos mismos han reconocido innumerables veces que conseguir algo así en un país como España es casi imposible –lo típico de que no se puede cambiar España-, y que solo en una Cataluña débil, recién independizada y por tanto con poca o ninguna autoridad moral, y seguramente tampoco operativa, para ‘controlar’ ciertos movimientos políticos -y más aún si estos han sido partícipes en la consecución del next state-, sería posible instaurar un nuevo sistema con las características que pretenden.
Saber que en fondo tienen razón es lo que realmente da miedo a los de ERC y CDC, y resto de entramado, que también ven la independencia como un instrumento pero para perpetuarse en el poder y repartirse todo el pastel, como demuestra la recurrente dialéctica de superioridad incuestionable que emplean basada en que el ‘auténtico’ y buen catalán solo debe aspirar a ser un perro que mueva la colita cuando ellos lo ordenen.

Los ideólogos del régimen estelado comprenden que tienen un problema. Algunos de los suyos les han salido rana, y mientras a los NO independentistas nos pueden neutralizan con el simple hecho de convertirnos en anticatalanes (ni siquiera les inquieta la posibilidad de perder la hegemonía del chiringuito a manos de los no secesionistas, pues piensan que lo tienen todo tan atado y bien atado que sencillamente es imposible que eso suceda), con los de la CUP el mensaje de desprestigio ultranacionalista ya no cuadra tanto pues no olvidemos que los cupaires o cuperos son tan o más independentistas que los propios amos de CDC y ERC.
Es por esto que el régimen estelado está dando una nueva vuelta de tuerca a su torticero discurso, y en vez de anticatalanes acusa a los cupaires de hacer descarrilar un ‘proceso’ que de hecho nunca ha llegado a estar en vía, con lo que gana dos cosas: tener una víctima propiciatoria para cuando llegue lo inevitable, es decir, el fracaso del proceso, y de paso rapiñar los votos de estos ‘díscolos’ nacionalistas en caso de que el régimen se vea forzado a convocar nuevas elecciones.

La cuestión, entonces, será saber si la CUP se mantendrá firme en su discurso anticapitalista, o si por el contrario acabará cediendo a su alma más facha para convertirse en otro vulgar engranaje del entramado mafioso que argumenta la independencia con delirios económicos neoliberales.
¿Dilema? ¿qué dilema? No hace falta querer mirar para ver que en el 99% de los casos la CUP votará lo mismo que le ordene la Dreta Republicana de Catalunya, que es otra de las formas correctas de llamar a Junts Pel Sí, pues por muchas camisetitas reivindicativas chorras que vistan algunos en sus intervenciones en el Parlament, no habrá nunca nada que se parezca más a un soberanista de derechas que un soberanista de supuesta izquierda. Tiempo al tiempo.

Miembros de la @cupnacional aceptando el acuerdo con Junts Pel Sí

miércoles, 15 de junio de 2016

El programa Ikea de Podemos

Dicen los expertos en comunicación que lo de recurrir al catálogo de Ikea como formato de programa electoral ha sido todo un acierto por parte de Podemos, y suponemos que debe serlo si se olvida que no hace muchos meses, en la anterior campaña electoral, sus dirigentes pregonaban que ellos eran los únicos 100% auténticos, y que ni necesitaban ni eran un producto de marketing... como otros.
Así, entonces, si lo del catálogo de Ikea no es marketing, tampoco lo será ese nuevo logo con forma de corazón, sospechosamente parecido al clásico emblema de Ciudadanos (C’s) -esto es: corazón uniendo la bandera de España, la de Europa y la de Cataluña (o de la respectiva CC.AA.)-, pero el de Podemos con tantos colorines que a uno, por un instante, le parece que se encuentra ante el corazoncito del oso amoroso más amoroso. Y en esa misma línea de no hacer mercadotecnia se deben situar esos nuevos eslóganes tan naíf, tipo “la sonrisa de un país”, con los que no se atreven a presentarse en medio país, provocando precisamente la sonrisa de los que ya teníamos pensado no votarles.
El hombre que pensaba que España era la segunda temporada de Juego de Tronos, se ha convertido de repente en el tío más dicharachero del barrio, abierto y simpatiquísimo. Mientras las mujeres de la CUP nos anuncian esponjas 'chupasangre', Pablo parece dispuesto a revelarnos por fin a qué huelen las nubes. Claro que antes de esto también nos lo habían vendido como un intelectual casi tan a la altura de su nuevo coleguita Garzón, ese que aseguraba que para erradicar la pobreza de un país solo hay que imprimir muchos billetes, aunque así, por la experiencia que se tiene de esas prácticas a lo largo de la Historia ( y Económicas también incluye historia económica), ya se sepa que es la forma más rápida de meter a un país en la II Guerra Mundial, o la forma de conseguir el desabastecimiento de Venezuela a pesar de ser un país que cuenta con el aval de la producción petrolera.
¿Qué pretenden con esto? Pues seguramente parecer amables mientras justifican la opresión a los opositores venezolanos, o quizá que los que quieren un cambio sensato se equivoquen de papeleta y cojan la de Podemos; pero el caso es que cuando se 'pretende' parecer algo es precisamente porque no se es ese algo.

Pero si curioso resulta que un partido que decía no hacer marketing haya dado ese repentino giro estético al buenrollismo, más delator de su total entrega a la estrategia del vendedor resulta que un partido que se consideraba de extrema izquierda, cercano se diría a movimientos antisistema, se defina ahora como socialdemócrata, entre otras cosas porque llevan ya unos años lanzando paladas de cal a esa ideología, a la que consideran tan responsable de las perversiones del sistema español como al propio Partido Popular.
Lógicamente, la intención de Podemos es mantener los votos que ya tenían, es decir, los que tienen su procedencia en la crisis económica y en el movimiento del 15-M, y sumarles una amplia base, que aunque de izquierdas ya solo puede ser más moderada, e identificada con la izquierda, es decir, lo que habitualmente vienen siendo los socialistas. Y es que aunque yo crea que ese perfil de votante encaja mejor en Ciudadanos -un partido liberal, que bien podríamos definir como de izquierda realista, es decir, no ideologizada ni ferviente devota de experimentitos sociales y resto de estrategias con tufo a control social y totalitarismo-, Podemos cree que los socialistas deben ser su nuevo público objetivo, el único que les puede acercar a ganar las elecciones, y que si no lo han conseguido hasta ahora es por la imagen que transmiten, ya que al votante socialista parece no ponerle el tema Venezuela, ni el de Irán, ni siente especial simpatía por el abertzalismo, ni por el radicalismo casi como cuestión estética, y porque tampoco le ha gustado la chulería y el enchufismo que están mostrando las filas podemitas, y sus confluencias, en los sitios en los que han conseguido gobernar.

Ya se sabe cómo funciona Ikea, una empresa que se instala en un territorio, revienta precios y destroza la industria local del mueble, gracias a que siendo una empresa multinacional puede permitirse tener pérdidas en el nuevo territorio financiadas por el beneficio que obtiene en otros mercados en los que ya se ha consolidado. Para luego, cuando ya han conseguido cargarse a toda la competencia, empezar a subir precios pues ya no queda nadie que pueda ofrecer un producto competitivo a precio inferior.
Pues bien, eso es lo que nos ofrece ahora Podemos, el partido que nos va a sacar de la miseria: la imagen de una empresa que se carga el empleo local de su sector, allí donde se instala; lo que nos lleva, aparte de comprobar la poca habilidad de los dirigentes de Podemos en el empleo de los productos Ikea y en las labores del hogar, que tal vez sí que han aceptado algunos males propios de la sociedad socialdemócrata.

Y lo peor de todo es quizá tener esa inquietante certeza de que los muebles de Ikea solo están pensados para montarse, lo mismísimo que el chavismo (y resto de regímenes con tics totalitarios), por poner algún inocente ejemplo.


Un tío simpático


viernes, 13 de mayo de 2016

El manifiesto Koiné y la extinción programada del castellano en Cataluña

Sin duda, una de las noticias más destacadas del pasado mes de abril de 2016 en Cataluña fue la aparición del manifiesto Koiné, documento en el que ‘reconocidos’ secesionistas dejan clara su postura respecto al bilingüismo.
<<El bilingüismo es malo, el bilingüismo es caca, el bilingüismo mata>>, podría ser un resumen aproximado sobre lo que esos extraños lingüistas, favorables al monolingüismo y a la extinción programada de las lenguas a las que ellos mismos no han puesto la etiqueta de propia, quisieron transmitir desde el paraninfo de la Universidad de Barcelona, dejando de paso por los suelos a los inocentes que aún pensaban que el independentismo era un movimiento transversal y buenrollista, y a los que defienden la secesión en castellano; aunque cierto que estos últimos ya lo tenían difícil, pues todo el mundo ha comprendido que solo pueden aspirar a convertirse en simples traductores de la teología secesionista que nunca defenderán verdaderamente los derechos ni intereses lingüísticos de los castellanohablantes, a no ser que quieran que la mano del amo deje de acariciarles el lomo.
Debe ser el rubor que les provoca su consciente hipocresía lo que de vez en cuando lleva a estas gentes a descolgarse con declaraciones tipo ‘el castellano también es nuestro patrimonio’; aunque luego no se les vea ningún esfuerzo ni iniciativa por dotar a la lengua de una clara protección jurídica, ni por fomentar su proyección social, como sí que hacen con la lengua de sus compañeros de viaje a Ítaca.

Pero todo tiene su lado positivo, y es justamente gracias a actos como la presentación del manifiesto Koiné cuando nos damos cuenta de la auténtica esencia e intenciones del secesionismo en Cataluña, que, aunque pretenda mimetizarse con la democracia, al final acaban dando el cante como un camaleón daltónico, mostrando lo que realmente son: nacionalistas identitarios radicales con delirios de grandeza, que quieren llevar hasta sus últimas consecuencias.
Una muestra de ello es que las pocas voces discrepantes con el manifiesto Koiné, dentro del propio secesionismo, lo han sido por las formas y por algunas de las frases que emplea, pero sobre todo porque no era el momento adecuado para ser tan sinceros, pues antes de un imaginario referéndum secesionista no parece que la mejor estrategia pase por mostrar todas las cartas a los ilusos que aún pensaban que con la secesión se iba a respetar la lengua materna de la mayoría de catalanes.

El secesionismo catalán nunca ha estado a favor del bilingüismo, y menos aún del castellano. En realidad, los Koiné solo expresan sin tapujos lo que los gobiernos nacionalistas llevan tiempo aplicando a través de lo que se llama normalización lingüística, en concreto, a través de la inmersión.
La inmersión lingüística, como concepto, consiste en situar al alumno en un ámbito lingüístico diferente al de su entorno para que aprenda una nueva lengua. En una sociedad que respete y pretenda fomentar el bilingüismo, esto debería hacerse de forma bidireccional. ¿Por qué no inmersionar entonces al castellano a los niños que viven en zonas de claro predominio monolingüístico catalán? Obvio, ¿no? Y es que en Cataluña no existe un modelo de inmersión, sino uno de submersión lingüística. No hay, por tanto, que oponerse a la inmersión por ser un instrumento de adoctrinamiento. Adoctrinar bien puede hacerse en cualquier lengua, porque lo que adoctrina no es la lengua sino la temática y la forma de enfocarla. Bien sabemos que hay antiespañoles en castellano, como ciertas personas del País Vasco, y muchos podemitas y ‘rufianes’ de medio pelo, en otros sitios. Hay que oponerse a la inmersión porque, como ya advirtieron algunos visionarios en su momento, ésta solo pretende la extinción programada del bilingüismo, es decir, del castellano.

Al principio de la democracia todos estos ‘Koiné’ de ahora fueron partidarios del bilingüismo, pero básicamente porque ello les proporcionaba el salvoconducto perfecto para poner en práctica sus auténticos planes de objetivo bien distinto.
Impusieron la opinión pública -de la misma forma que ahora tratan de imponer el pensamiento único secesionista- de que era esencial aplicar un sistema educativo basado en la inmersión lingüística al catalán para que esta lengua pudiera alcanzar el mismo nivel de uso social del castellano en Cataluña, y conformar así una auténtica sociedad bilingüe. Incluso ahora, esos que dicen que en Cataluña no existe conflicto lingüístico pero luego pasan sus fines de semana firmando manifiestos a favor de la extinción política de lenguas, cuando se les pone contra las cuerdas argumentales, presumen de modelo y salen con aquello tan realmente gracioso de que cualquier niño catalán sabe hablar dos lenguas más que cualquier presidente español. Lo gracioso, claro está, es que sean precisamente esas gentes, tan orgullosas de este ‘hecho diferencial’ de ‘sus’ niños, las que ponen más empeño en acabar con el bilingüismo; aunque solo lo es si no se acepta la realidad y se asume que lo que siempre se ha perseguido con la inmersión no era otra cosa que la supremacía del catalán neutro, y la conversión en residual del castellano.
Los mismos firmantes del manifiesto Koiné lo dejan claro cuando afirman que la mayor amenaza para el catalán es el bilingüismo. Y ojo, porque ya se sabe que para estos una amenaza es cualquier cosa que modifique la lengua respecto a los parámetros académicos que ellos mismos han establecido como pétreos muros contenedores de lo único posible.
Incluso la natural evolución de las lenguas es un peligro que debe ser combatido a cualquier precio; algo tan absurdo, que si los romanos y los de épocas posteriores hubieran puesto el mismo empeño para evitar esa evolución, el catalán ni siquiera existiría.

Así, los secesionistas que tras Franco hablaban de la necesidad de respetar la lengua materna en la enseñanza -concepto hoy en día sustituido por lengua propia, con el fin de regatear el derecho internacional de los niños-, y fomentar el bilingüismo -que hasta se decía que nos hacía más inteligentes y todo-, no se atrevieron de buen principio a exponer tan abiertamente sus verdaderas intenciones para la extinción programada del castellano como lo hacen hoy en día porque sabían que entonces los partidarios del genocidio lingüístico eran ridícula minoría, mientras que ahora piensan que por haber coordinado un corro de la patata grande todo el mundo está inequívocamente de acuerdo con cualquier ocurrencia que puedan salir de sus cabecitas.
De todas formas, igual que los secesionistas ahora se autoconvocan a un plebiscito, lo pierden, y siguen adelante con sus estructuras de Estado y su proceso, los partidarios de programar políticamente la extinción del castellano siguieron adelante, intentando conseguir el efecto sin que se notara el cuidado, sumando a la aplicación de una inmersión lingüística cada vez más radical, nuevas acciones como el ensalzamiento del ya mencionado concepto de ‘lengua propia’ (llengua pròpia), que en la práctica no significa otra cosa que ‘lengua única’ -o única lengua oficial-, de obligada utilización para todo lo que gestiona la administración pública, tanto local como autonómica, incluido el acceso a cualquier tipo de ayuda o subvención (que, por supuesto, también son pagadas por la mayoría castellanohablante).
A todo esto, hay que añadirles leyes y multas lingüísticas contra los castellanohablantes.

Si los catalanes voluntariamente decidiésemos dejar de hablar catalán, ¿la Generalitat, y la administración en general, nos lo debería impedir? ¿Hasta qué punto pueden hacer esto sin caer en el fascismo? ¿Quién tiene derechos, la persona o la lengua?
Si son las personas, los castellanohablantes son mayoría y por lo tanto no se les puede despreciar; si son las lenguas, ¿por qué solo una de ellas tiene derecho ‘institucional’?
¿Acaso solo somos soberanos para lo que nos dicte el establishment del momento? Nos dicen que el pueblo manda, y el famoso derecho a decidir se basa en eso. Una de las cosas que la persona más libremente decide es la lengua en la que quiere expresarse, y ese es el problema: si en Cataluña dejas que la gente decida libremente la lengua que utiliza, escogen el castellano. Si son esa mayoría aplastante (aclaparadora) que dicen ser, ¿por qué tienen miedo a preguntar si estamos a favor de la inmersión en catalán? ¿Tanto miedo les da la democracia?
Todas las respuestas que nos podamos dar, nos llevan a lo mismo: los independentistas solo consideran el derecho a decidir como eufemismo de derecho a autodeterminación, que para ellos es igual a independencia, y pretenden que solo se decida respecto a eso. Aún así, lo que está claro es que el derecho a decidir será derecho a decidir ‘cualquier’ cosa -porque derecho solo a decidir ‘algunas’ ya lo tenemos-, o no será.

Se repite como mantra que el catalán es la lengua que permite la cohesión social en Cataluña, pero todo el mundo sabe que es muchísimo más probable que una persona que se instale en Cataluña tenga antes alguna noción de español que de catalán, y precisamente eso es lo que no les gusta: reconocer que, según sus propios parámetros, la auténtica lengua de cohesión e integración en Cataluña es el castellano, lengua con auténtico valor económico, social y cultural. Por eso es sabido que el pujolismo fomentó la inmigración musulmana, a la que consideraba con escasas nociones de español, frente a la inmigración castellanohablante de Latinoamérica.
Pero, de todas formas, si se quiere persistir en esa línea, lo que parece demostrado es que no es la lengua lo que cohesiona sino la renta. Solo hay que echar un vistazo a Francia, donde los inmigrantes de lengua francesa parecen ser los primeros antifranceses. Y, en todo caso, si la cohesión se consigue con la lengua, en una sociedad auténticamente bilingüe no debería existir problema para que ésta se produzca en cualquiera de las dos.

El manifiesto Koiné está en perfecta sintonía con el concepto ‘lengua propia’, que no pretende significar que el castellano sea impropio sino que es ajeno a los catalanes, es decir, extranjero.
Entendiendo esto, a nadie extraña que los firmantes acusen de colonos lingüísticos a los inmigrantes que llegaron a Cataluña durante la época del desarrollismo, demostrando de paso un gran desconocimiento, por supuesto intencionado, de la historia de Cataluña, en la que se dan numerosos escritos en castellano desde bastante antes de 1.714, fecha fetiche que los de la estelada consideran como el inicio de la ‘castellanización’ de Cataluña.
Tanto les da que los historiadores serios daten la presencia normalizada del castellano en Cataluña, como mínimo, en el s. XIV; ni tampoco que luego existiera el periodo de Decadencia del catalán por voluntad de los propios catalanes, entre los s. XVI y s.XIX. Que Ramón Berenguer hablara castellano, o que Fernando El Católico, Ferran para los amigos, lo adoptara para la Corte, o que conmemorando a Cervantes releamos en El Quijote que en la Barcelona de aquellos años todo el mundo hablaba castellano, lengua que los barceloneses consideran propia; que Juan Boscán (Joan Boscà), el gran poeta catalán del XVI escribiera sobre todo en castellano, o que el elogio fúnebre a Pau Clarís (1641), héroe oficialista de Els Segadors, se escribiera en castellano; o que textos anteriores, como  las justas poéticas para celebrar la canonización de Raimundo de Peñafort, en Barcelona en 1607, fueran escritas mitad en castellano y mitad en catalán.
Ejemplos todos que demuestran que el castellano ha sido siempre utilizado social y económicamente en Cataluña -por ejemplo, editando más libros en castellano que en catalán-, por lo que jamás ningún castellanohablante debería haber sido definido como colono lingüístico por haberse desplazado de otra zona igualmente castellanohablante, y menos aún tratándose de su propio país… a no ser que exista la clara voluntad de fomentar la xenofobia y la estigmatización social por origen o cultura.
¿Por qué no preguntarse si fueron los inmigrantes catalanohablantes que vinieron del interior, atraídos por los cantos de sirena de la revolución industrial, los que se comportaron como auténticos colonos lingüísticos en el área conocida como metropolitana de Barcelona?
En todo caso, si los Koiné aseguran que el castellano es la lengua de los inmigrantes y trabajadores, ¿no cabría preguntarse también si no es el catalán la lengua de los ricos y los explotadores? Bien podría serlo, teniendo en cuenta que la Generalitat es el instrumento con el que los explotadores autóctonos han conseguido perpetuar su poder en Cataluña, y que el catalán es la lengua en exclusiva de esa administración.
¿Y qué pintaría una persona verdaderamente de izquierdas apoyando a todos estos?

Pero el nacionalismo, ahora patrimonio exclusivo del secesionismo, siempre se ha comportado como un régimen en Cataluña. Solo se pueden estar a favor de su relato historicista –básicamente sembrado de mentiras para que les pueda servir de ingeniería ideológica-, o contra él. Y la lengua, para ellos, tiene un papel fundamental en todo esto, ya que quizá sea el hecho diferencial menos falso, sobre todo, a ojos de esos intelectos desfasados, aún fervientes creyentes de un anticuado nacionalismo clásico.
Pero el nacionalismo, ahora patrimonio exclusivo del secesionismo, siempre se ha comportado como un régimen en Cataluña. Solo se pueden estar a favor de su relato historicista –básicamente sembrado de mentiras para que les pueda servir de ingeniería ideológica-, o contra él. Y la lengua, para ellos, tiene un papel fundamental en todo esto, ya que quizá sea el hecho diferencial menos falso, sobre todo, a ojos de esos intelectos desfasados, aún fervientes creyentes de un anticuado nacionalismo clásico.

Es por ellos que el régimen independentista puso en marcha toda su maquinaria contra los firmantes del manifiesto por la lengua común, que en ningún momento llegaban tan lejos ni pedían que ninguna lengua dejara de ser oficial. Sin miramientos morales, y aún menos de decencia básica, lanzaron sus histéricas acusaciones conspiranoicas con el fin de hacer creer a la opinión pública que de nuevo cabalgaba un supuesto fascismo anticatalán, en contraposición con lo que han hecho ahora con los Koiné, esos pseudointelectuales (no respetados por sus aportaciones a la lingüística en ningún sitio, excepto por los nacionalistas partidarios de la ‘solución final’ para el bilingüismo en Cataluña), autores intelectuales del programa de extinción política del bilingüismo en general, y del castellano en particular, a los que a pesar de haber intentado atentar contra los cimientos de la convivencia social en Cataluña, el régimen nacionalindependentista, y sus secuaces de la pantumaca mediática, se les ha intentado amparar con la cara más despreciable de la libertad de expresión: aquella cara que tienen los que fomentan el odio amparándose en un supuesto derecho a expresar cualquier cosa, incluso el fascismo que pretende eliminar derechos lingüísticos no solo a los castellanohablantes sino a toda la sociedad.


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viernes, 29 de abril de 2016

Neofascistas en la UAB

A raíz del ataque violento sufrido por Sociedad Civil Catalana (SCC) en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) por parte de independentistas, he estado recordando mi paso por el campus de Bellaterra.
La verdad es que por aquella época era una especie de postpunk, a falta de mejor definición. Me gustaba (y me sigue gustando) la música punk española y su mensaje de realidad social, y eso significa casi en exclusiva el punk vasco, que posteriormente fue barrido por el muy facha y bastante despreciable rock nacionalista o radical vasco, ya no tan interesado en los problemas sociales como en convertirse en un elemento propagandístico más de unos ultranacionalistas siempre empeñados en resaltar las maldades de España en contraposición con una supuesta superioridad moral de su asterixado y obelixado ‘pueblo’ ancestral.
Nunca seguí una estética punk, si es que realmente existía tal cosa, pues, aunque cierto que todos le asocian ciertas características estéticas concretas, seguramente, lo que más define al punk como movimiento sea su oposición a lo establecido, en cualquiera de sus aspectos, y, por tanto, también opuesto a un uniforme oficialista. Así que nunca llevé cresta ni nada por el estilo, pero tenía tendencia a vestir completamente de negro, casi siempre con botas que llamábamos de la mili, compradas de segunda mano en los encants, aunque nuestro glorioso clima nos agasajara con sus famosos cuarenta grados a la sombra.
De ahí, por todas estas características y por ser bastante más joven que los ‘auténticos’ punks (punkis o punkys), que me defina como post.

Pero en realidad, toda esta anterior minibiografía carece de importancia excepto como contextualización de aquellos años.
Si algo importa de lo dicho es que ya por aquel entonces pensaba que lo mejor era que cada uno hiciera y pensase lo que le diera la gana, sin molestar demasiado a los demás, o incluso molestando un poco.
Obviamente, trasladar esto a la política es complicado, ya que todas las ideologías, aunque unas más que otras, son dogmáticas. Quizá la que más se adapta a este pensamiento sea la anarquía (anarkía), aunque reconozco que la anarquía nunca me acabó de convencer porque sencillamente considero imposible que una sociedad adopte el significado académico de esta palabra sin cierto tipo de reglas y autoridad. En la anarquía, seguramente, acabaría imperando la ley del más fuerte como si del mundo postapocalíptico de Mad Max se tratara.
Lo que es seguro es que es esta apuesta por las libertades individuales lo que me lleva a optar por el liberalismo hoy día, ideología que propugna, entre otras cosas, que el Estado no se nos pueda meter legislativamente hasta en la cama. Y más seguro aún es que este es el motivo principal por el que nunca podré ser nacionalindependentista, ideología asquerosamente dogmática, reaccionaria, y enfermiza, llena de analfabetos vitales que te obligan a estar dentro de unos parámetros que ellos mismos fijan para ser aceptados en su tribu, como si a todos nos debiera interesar mucho sus cositas de fachas con estelada.
Lo cierto es que a mí estos Robin Hood complices del sitema del 3% siempre me la bufaron bastante, por lo que en aquella época no les prestaba más atención que la inevitable. A ello, sin duda, también contribuía el clásico pensamiento envasado al vacío de esta gente, que gracias a lo que sea les llevaba a ‘pensar’ que los que andábamos por la Facultad de Económicas debíamos ser casos perdidos de ultraconservadores con la única aspiración de convertirnos en especuladores malo malísimos ansiosos por explotar a débiles y necesitados (cuando la realidad demuestra que la economía es justamente la ciencia más social de todas, pues es la única que puede garantizar una planificación social sostenible), por lo que solían dejarnos bastante en paz. Además, hay que reconocer que no teníamos tan buena marihuana como el ganado de historia, filología catalana o políticas, ambientes mucho más propicios para los que van por la vida de reencarnaciones mejoradas del Che.

A pesar de mi distanciamiento de la actividad política, que no del pensamiento, ya advertía que lo que se llevaba por allí era ser una especie de jipi (de jipipollas, para ser más exacto), así vestido normalmente con muchos colorines, que podía obtener un gran reconocimiento de sus compis si sabía manejar bien el diábolo o dar unos cuantos toquecitos a una pelota de perro con alguna parte de su cuerpo. Seguramente, un buen puñado de ellos forma actualmente parte de la ejecutiva de la CUP o ERC, o incluso son los artífices de la renovación ideológica de CDC, es decir, que paradójicamente forman parte de los partidos más fachas que uno se puede echar a la cara en Cataluña.

Se notaba entonces, y es de suponer que más ahora en esta época de procesismo, un claro intento por imponer un ambiente ideológicamente uniformado entorno al independentismo, así que no era extraño encontrar pintadas en la Plaza Cívica a favor de esto, o dárselas con algunas paredes forradas con carteles proindependentistas fomentando el odio hacia España y sus instituciones, siempre calificadas como fascistas.
¿De dónde sacaban todo el dinero necesario para imprimir tal cantidad de carteles con esa frecuencia constante?, solía preguntarme yo, centrado en la vertiente económica del hecho, aunque tampoco hacía falta ser John Nash para darse cuenta de que debían recibir dinero público y ayudas de varias formas irregulares, o alegales, como por ejemplo material a través de los partidos políticos secesionistas, o ayudas por constituirse en entidades estudiantiles, aunque su supuesta actividad no redundara en nada en el estudiante como tal.
La misma universidad debía financiarlos; desde luego, que les cedía locales es seguro. Si uno visitaba esas dependencias, algunas de ellas situados sobre las tiendas de la plaza Cívica –como la librería Abacus, cooperativa de consumidores que jamás ha preguntado a sus cooperativistas si la autorizan a mantener esa actitud nacionalindependentista activa que mantiene, demostrando el profundo ‘respeto’ que les inspira el llamado derecho a decidir-, uno no encontraba una asociación estudiantil de fomento de la lectura, de uso de tecnologías, de intercambio de conocimiento, de dialéctica, de ideas, ni siquiera de ajedrez, como parecería ser lo propio de un sitio así; lo que encontraba era eso que llaman el sindicato de estudiantes de los países catalanes, y otras chorradas neofascistas con muchas estrellas revolucionarias en sus carteles pero totalmente inútiles para el bien común estudiantil, y también para el social. Pura mierda del régimen al servicio del régimen.

¿Es aceptable eso en una institución, la Universidad, que debería fomentar el contraste de ideas como motor de conocimiento y de progreso? ¿Por qué la UAB permite que una ideología, y más aún la nacionalista, antítesis radical de la igualdad entre seres humanos, se apropie de un espacio consagrado al humanismo y al conocimiento?
Claro que en la universidad tiene que existir el hecho político, ya que forma parte del propio ser humano, pero en todo caso debe existir como contraste de ideas en busca del progreso satisfactorio de la sociedad, basado en el entendimiento. Y para que eso pueda producirse es necesario que exista la igualdad de condiciones en la libertad de expresión política, que es justamente lo que no se da en la UAB de Bellaterra, como bien se ha demostrado con la agresión sufrida por SCC, por cierto, decidida y organizada de antemano en sus propias aulas.
Uno podrá estar o no a favor de SCC, pero nadie tiene un solo argumento sólido para asegurar que se trata de una organización fascista. Los únicos que creen tenerlo son esos indigentes intelectuales de la estelada que consideran fascista a todo aquél que no se someta a sus tesis, lo que de hecho les convierte a ellos en lo más cercano al fascismo que uno se puede encontrar, y nos muestra la imbecilidad que supone tenerlos mínimamente en cuenta.
Por supuesto que la unión de pueblos es un concepto mucho más de izquierdas, y desde luego mucho más progresista que lo que podrá serlo jamás la desunión, cuyo objetivo principal es dividir al pueblo (entendido como la suma de personas que se definen por la simple característica de ser personas), en diversos chiringuitos tribales, según unas características secundarias que los soberanistas convierten en hechos más importantes que el de ser personas, como estrategia principal para poder explotarlos más fácilmente. Y es que el amo siempre vuelve a decirle al perro cómo debe comportarse, como una especie de eterno retorno nietzscheano pero con distinto collar.


La cosa es grave, y si la UAB quiere defender uno de los principales cometidos para lo que fue creada, o sea fomentar el pensamiento libre y ser motor de conocimiento intelectual, debería tomar medidas y poner algún coto a estos individuos estelados, porque, al final, por mucho que uno quiera ser libre e ir a su rollo, esta gente de ideología uniformadora nacionalista influye en la vida social de la universidad, reventando actos y conferencias de quienes ellos consideran -lo que acaba conllevando que la institución universitaria acabe autocensurándose invitando solo a conferenciantes del agrado ideológico de la minoría revienta actos-, controlando las fiestas de la universidad, obligando al alumnado a hacer huelgas que no quiere hacer, influyendo en la elección del profesorado y en el enfoque de las materias a través de las elecciones al rectorado, coaccionando de forma más o menos explícita a los que no están de acuerdo con sus planteamientos, lo que finalmente les convierte en auténticas organizaciones pseudomafiosas que acaban controlando el campus.

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domingo, 27 de marzo de 2016

Rufián Style

Entre las cosas a destacar del fallido intento de investidura de Pedro Sánchez está, sin duda, la presentación a nivel nacional de Gabriel Rufián, supuesto número uno de ERC por Barcelona (si es que Tardà se lo permite); señor que en Cataluña ya teníamos el gusto de conocer con anterioridad por lo mismo que ahora se le conoce en el resto de España, o sea, por ser, según él mismo, un charnego independentista.
Bueno, cabe decir que los catalanes también lo conocíamos por emprenderla a puñetazos con sus compañeros para conseguir una poltrona en Súmate, organización ideada por ERC para dirigirse a los posibles votantes en castellano sin que su electorado tradicional ultranacionalista se enfade en exceso con ellos.

Para quien no esté familiarizado con el vocablo ‘charnego’, debido a que tiene su origen en la palabra catalana xarnego, solo indicar que, aunque su significado ha variado con el paso del tiempo, su significación ha sido siempre despectiva. Así fue como pasó de referirse a los hijos de franceses con catalanes a los hijos de catalanes con gente de otras partes de España, para acabar convertido en la definición más popularmente empleada por el nacionalismo para referirse a los catalanes de origen no catalán, a los no catalanes del resto de España que viven en Cataluña, y a los castellanohablantes en general. Sería el equivalente al ‘maketo’ usado por los nacionalistas vascos.

Y es que resulta sumamente penoso comprobar como los que presumen de territorios más supuestamente europeizados (¿qué significa exactamente eso?), superiores en todo a la media del resto del país, y por supuesto más cultos y democráticos según los brotes de sus ciudadanos más chovinistas, sean precisamente en los dos únicos en los que se hayan creado palabros xenófobos (y no nos atrevemos a definirlos como racistas porque para la gente normal de los países normales resulta evidente que nos referimos a la misma raza, e incluso para ellos mismo también parece ser así ya que jamás llamarán charnego a un asiático, por poner un ejemplo).
Algunas cosas con estelada han tratado de justificar este fenómeno con el argumento de que se trata de una reacción natural a la fuerte inmigración consecuencia del desarrollismo, pero Madrid también ha experimentado una situación similar y no han inventado una palabra concreta para denigrar a los españoles de otras zonas que viven allí.
Obvio, entonces, que ‘charnego’ es un apelativo referido a un colectivo concreto por su condición, al que se intenta poner una etiqueta de negatividad en contraposición con lo ‘autóctono’; y es que el nacionalismo identitario siempre estará compuesto por una buena dosis de xenofobia, o de algo similar que como mínimo podemos definir como una especie de elitismo identitario que en gran medida se define por oposición a los otros, que aunque puedan llegar a ser buenas personas nunca serán lo mismo porque no son de aquí. De hecho, el nacionalismo también tiene su frase fetiche de respuesta para los no independentistas castellanohablantes: Tu no ho entens perquè no ets d’aquí.

Y es que, aunque el llamado proceso esté siendo un vulgar circo para desviar la atención de otros temas, que no está reportando beneficio alguno a los catalanes, también está sirviendo para dejar patente que los secesionistas no son la mayoría tan aplastante que iban pregonando; por eso ahora tienen como objetivo ensanchar lo que ellos llaman la base de partidarios a la independencia, y es aquí donde entra en juego su xenofobia recalcitrante, ya que, como creen que todos los que tienen el catalán como lengua materna ya les votan, pretenden mostrarse especialmente amables con los castellanohablantes para venderles su populista producto, y es en este contexto donde encajan Súmate y Rufián.
Para conseguir este objetivo de intentar atraer el voto que no consideran por naturaleza secesionista, han inventado una serie de argumentos la mar de curiosos como, por ejemplo, decir que se es español por obligación mientras que es catalán todo aquel que quiera serlo; algo que suena tan supernaïf que incluso podría llegar a ser un titular del Ara o del Avui. El problema es que luego, en la práctica, solo resulta ‘querer’ ser catalán el que se somete a los secesionistas. Pero es que, además, ni siquiera se plantean que eso de que catalán es quien quiera serlo solo es posible gracias a España y a que Cataluña no es un país independiente. Si lo fuera, existiría una regulación para acceder a la nacionalidad catalana, lo que llevaría implícito cumplir cierto tipo de obligaciones, como pasa en todos los países del mundo.

Igualmente retratada queda ERC con la elección de Rufián; enchufaron al susodicho personaje para que diera una imagen de partido tolerante (es decir, que ama a los putos tercermundista castellanohablantes, y todo eso), sin darse cuenta de que, precisamente, con la elección de un rufián, sin mayor mérito que el de ser un charnego sometido a ellos, estaban demostrando todo lo contrario.
No obstante, ERC inventó Súmate, la organización de charnegos independentistas según se definen sus propios dirigentes, por una cuestión claramente xenófoba, al considerar que los castellanohablantes no son independentistas por el simple hecho de ser castellanohablantes, y que hay que explicarles las cosas en su lengua porque si no los muy cazurrilos no lo entienden; y como eran totalmente consciente de las críticas que iban a recibir por parte de su electorado tradicional, claramente ultranacionalista, si empleaban el castellano para dirigirse a este segmento de la población catalana, optaron por crear su hacendada marca blanca llamada Súmate, no fuera que la C de sus siglas quedara en entredicho.
El problema que están teniendo es que ni Rufián ni Súmate están convenciendo mucho porque son malos productos. Ya se sabe que el marketing puede animar a que se pruebe un producto, pero si este es malo el consumidor no repite la compra por mucho canalillo que enseñe quien lo anuncia. Estos autodenominados charnegos independentistas no convencen a los castellanohablantes porque nunca van a defender el estatus actual de su lengua, ni mucho menos la mejora del mismo, exigiendo, por ejemplo, que sea lengua vehicular en la escuela en igualdad de condiciones que el catalán. De hecho, más de una vez han hecho lo contrario, pidiendo que el catalán sea la única lengua oficial en la supuesta República de Cataluña, y es habitual verlos acompañados por los ultras que defienden estas tesis, pues ellos mismos saben que su único cometido es repetir en castellano los mantras que los secesionistas dicen en catalán, y que si se salen del papel de sherpas que les han asignado van a perder rápidamente la poltrona; y ya se saben que para un independentista, sea en una lengua u otra, primero va la pasta y luego la dignidad.

Por todo ello, resulta bastante curioso que Rufián se sienta tan orgulloso de ser un charnego, esa referencia despectiva a su origen, es decir, a algo que no podrá cambiar ni en una Cataluña secesionada; y ya no curioso, sino patético, resulta que lo haga por el simple e indisimulado hecho de que los insultadores lo hayan puesto en nómina.
Desde luego, una sesión de psicoanálisis con este chico no tendría desperdicio. ¿Alguien en su sano juicio puede imaginarse a un africano subido en un estrado predicando que es un negro de mierda… e independentista? (y ojo, porque los separatas a veces añaden el ‘de mierda’ a lo de charnego). Pues parece que a él, sí. Solo hay que escuchar como empezó su ridícula intervención en el debate de investidura cuando, dirigiéndose a socialistas, populares y ciudadanos, les soltó aquello de ‘yo soy lo que ustedes llaman charnego’, sabiendo, como sabemos todos, que precisamente son los afiliados y simpatizantes de estos tres partidos los que han tenido que soportar el mencionado insulto, en gran medida, proveniente de la gente del partido del que ahora forma parte Rufián.
Pérez-Reverte dio en el clavo describiendo lo que le pasa. El pobre ha interiorizado perfectamente la voz del amo que, como se ha dicho anteriormente, considera que los catalanohablantes, los de socarrel o pura cepa, son independentistas por naturaleza; mientras que los castellanohablantes y todo el grupo que no tiene tanta raíz, como Rufián mismo, tienen una naturaleza contraria a la secesión, y parece que el muy mediocre quiera hacerse perdonar sus pecadillos étnicos añadiendo lo de independentista a su currículo de charnego. Se sospecha que a Michael Jackson le pasaba algo parecido con su color de piel.
No, Rufián no habló lento por vergüenza (ya que definiéndose como lo hizo demostró no tener ninguna) ni por nada parecido; sencillamente solo tenía una cosa que decir, que es en lo único en lo que se basa su mensaje y la razón por la que lo han enchufado:
<<SOY…                  UN…              CHARNEGO…                    Y…                 SOY…                       INDEPENDENTISTA. >>
Y claro, por mucho que se intente estirar, esta frase no da para cubrir los 9 minutos de los que disponía. Por eso, acto seguido, en una de las mayores muestras de autopatetismo jamás vistas en el Congreso, trató de rellenar el tiempo que le quedaba explicando lo charnega que era su charneguísima familia.
¿Qué le vamos a oír decir durante los próximos 4 años aparte de repetir mucho lo chanegazo que es? Básicamente que todo el mundo es un fascista excepto los que están a favor de la independencia de Cataluña.

Pero lo más triste de todo esto no es que Rufián sea patético, o que ERC sea el partido que mejor representa el postureo chonisecesionista en el Congreso; lo peor es que Rufián es una de las muestras más evidentes de que la meritocracia como motivo de ascenso social ha muerto en Cataluña para dejar paso al ascenso social por motivos ideológicos, esa especie de mierdocracia en la que el secesionismo quiere sumergir a nuestra tierra.

jueves, 25 de febrero de 2016

La Gran Coalición, la Gran Oportunidad

De entre todas las posibilidades de pacto que surgieron en la Elecciones Generales del 20 de diciembre de 2015, la más interesante parece ser la que se ha dado en bautizar como la ‘Gran Coalición’, es decir, un pacto de gobierno entre PP, PSOE y C’s.
Por descontado, todo el mundo la considera como la posibilidad más difícil e incluso antinatural de todas, ya que supondría un pacto entre las 2 fuerzas hegemónicas y antagónicas -aunque paradójicamente a nadie le sorprende que ERC y la CUP pacten con CDC, o que Bildu lo haga con el PNV, siendo, como son, partidos políticos tanto o más antagónicos-. Pero es que precisamente eso es lo mejor, ¿cómo demostrar de forma más contundente que se inicia una legislatura de cambio que si la lleva a cabo la unión del pacto político que nunca se iba a producir? A este hecho sí que se le podría llamar segunda transición.
Para la ciudadanía, el beneficio sería obvio porque para que esas dos formaciones puedan llegar a pactar un gobierno deberían renunciar a sus posturas más extremas, de manera que seguramente no caeríamos, por ejemplo, en una legislatura de recortes con pocas miras sociales -aunque seguro que sí de contención-, ni en una de despilfarro populista-bolivariano, pero sin petróleo, que son los dos temores económicos latentes. Sería una suerte del ‘centro radical’ que predicara Tony Blair en Reino Unido, en el que C’s jugaría el papel de pieza que une las bandas; la argamasa del pacto, por así decirlo.
¿Con quién prefiere pactar el PSOE, con un PP liberal en lo económico pero que no ha recortado las pensiones, o con los imitadores económicos de la Syriza que las ha recortado un 37% en Grecia?

A veces hay que tener cierto sentido de Estado, en vez de sentido de partido, y ahora parece la época más propicia para ello. Al fin y al cabo, los dos partidos están en una posición débil por culpa de la corrupción, y también por el cansancio y desgaste que produce el haber gobernado siempre, que se suma a un cambio de prioridades generacional.
Los dos partidos tardaron bastante en darse cuenta del cambio de tendencia en las exigencias ciudadanas; a una generación criada con mejores recursos, más europeizada y moderna, y con el mayor número de universitarios que ha tenido España nunca, no se la podía seguir gobernando como se hacía en los ochentas, noventas, etc., y más cuando estaba padeciendo su primera gran crisis económica. Han estado lentitos en aplicar recetas para las exigencias actuales, por lo que tal vez deberían considerar que ya solo pueden recuperar la confianza de los ciudadanos con un gesto de Estado, generoso, renunciando a sus intereses partidistas en aras del bien común. Enrocados en sus posturas actuales, parece que solo consiguen perder más votos, cosa que aún perjudicaría más la gobernabilidad del país en caso de convocarse nuevas elecciones, y el hartazgo definitivo podría mostrarse en un apoyo masivo a las fuerzas emergentes, porque que no se muevan ellos no significa que la ciudadanía no se vaya a mover.

Es evidente que una de las cosas que ha causado más malestar y desafección es la corrupción, que aunque mediáticamente parece perjudicar más a PP, también le está afectando a un PSOE que no consigue que la gente vuelva a confiarles un gobierno en mayoría.
La Gran Coalición podría ser un marco inigualable para abordar este tema, y permitiría a los dos partidos legislar en coalición sobre el mismo, haciendo realidad la promesa de actuar en serio contra este tipo de delincuencia. En paralelo, mientras ponen en práctica su compromiso con la trasparencia y contra la corrupción, podrían dedicarse a regenerar sus partidos, haciendo limpieza y redefiniéndose, sin el estrés que supone el objetivo de tener que recuperar el gobierno en el corto plazo.
Pero la corrupción no es solo ‘el tema’. Hay cierta sensación en la ciudadanía de que algunas cosas importantes parecen estar eternamente estancadas, inamovibles, por culpa del partidismo. Muchos hablan de reformar ciertos artículos de la Constitución (aunque casi nadie dice cuáles), pero para ello es imprescindible un gran consenso, ¿y qué mejor consenso se puede conseguir que un gobierno con los dos partidos mayoritarios, más el cuarto, y los que quieran sumarse? Todo el mundo dice que España necesita una reforma educativa que la acerque a los países punteros en esta materia, ¿qué mejor oportunidad entonces que la Gran coalición?
Pero es que aún hay más: por fin se podría abordar una reforma laboral consensuada y estable; un plan de empleo juvenil realista; la reforma agraria, los planes hidrológicos y energéticos, industriales,  y otros planes estratégicos nacionales; reindustrialización, investigación, financiación autonómica, seguridad social, pensiones, modernización y racionalización de la administración, infraestructuras, política exterior, etc. Todas estas decisiones necesitan continuidad en el tiempo para ser efectivas, por lo que es necesario que los dos partidos que seguramente se van a alternar en el poder pongan en común una mínima base, y también si cabe algunas líneas rojas, una especie de ‘objetivos país’ que al mismo tiempo defina el ‘carácter país’, y que la alternancia de poder deje de ser al fin un simple acto de derogación de lo que ha hecho el otro anteriormente.
PP y PSOE, además, gobiernan en casi todas las CC.AA., con lo que se evitan buena parte de las trabas tribales que muchas veces impiden la aplicación efectiva de las nuevas leyes.
Por último, no se puede olvidar que estamos inmersos en pleno desafío secesionista, y que para contrarrestarlo hace falta mucha unión y consenso, y la Gran Coalición tendría la suficiente fuerza para tender la mano pero también para aplicar medidas contundentes, en caso de ser necesarias.
Ahora es la Gran Oportunidad.

Qué bonito sería poder leer en un futuro libros de historia diciendo que hubo una vez en la que todas las fuerzas democráticas y españolas se unieron por el bien común del país, olvidando sus eternas rivalidades y ambiciones, y que con ello se consiguió dar el gran salto a la España mejor que la ciudadanía demandaba. Pero en todo caso, y ya sin recurrir al patético romanticismo, lo que parece claro es que la gente quiere cambios, que quiere ver una nueva forma de hacer que nos acerque a los países de más bienestar en diversos aspectos; así que los dos grandes partidos pueden ponerse el mono de trabajo, demostrando que lo de la corrupción solo ha sido fruto de una época ‘desafortunada’, o pueden mirar para otro lado mientras siguen perdiendo votos en favor de los que sí están dispuestos a hacerlos. 

lunes, 8 de febrero de 2016

Corrupción independentista. ¡Y tú más!

Si le comentas a uno de esos que tienen la estelada colgada en el balcón que los independentistas son corruptos, básicamente te responderán hablándote de la corrupción en Valencia o Madrid, es decir, con esa especie de ‘y tú más’, como si uno tuviera algo que ver con la corrupción de esos lugares, pero, en cualquier caso, con la pretensión de hacernos creer que la existencia de corrupción en otras partes exculpa a la propia. Si no te salen con eso, sencillamente lo negarán; pero siempre dejando constancia de que si los independentistas son corruptos lo serán por ‘influencia’ española, y que en una Cataluña independiente no habría corrupción.
No cabe duda de que el recurso a la ‘influencia’ española lleva implícito algo de la pulsión xenófoba que todos intuimos inherente al independentismo, y sin duda lleva mucho de antiespañolismo. Es aquello de ver la paja en el ojo ajeno y no querer ver la viga en el propio; algo bastante contradictorio con los propios delirios ideológicos independentistas, pues la zona más corrupta de esta corruptísima España es la que ellos mismos reivindican como Països Catalans. Cualquiera puede echar un vistazo al listado de imputados en estos sitios para darse cuenta de que parecen tener un origen bien catalán. Oh claro, es que esos no son catalanes sino colonos; por descontado, el territorio sí que es catalán pero las personas que llevan viviendo allí desde que existe el territorio, no. De nuevo, la xenofobia como único argumento.

Y digo yo, ¿no sería más fácil admitir directamente que el catalán en general, y el independentista en particular, también puede ser corrupto? Pues se ve que no, y por eso, porque como independentistas tienen mala conciencia, para responder a eso tienen bien preparado el ‘y tú más’ que mencionaba al principio, ese consuelo de tontos que les sirve de justificación para que nada cambie y puedan seguir mamándola.

Pues bien, ya que algunos van a seguir recurriendo a las comparaciones, analicemos una de las grandes diferencias que se dan entre la corrupción del resto de España y Cataluña:
En el resto de España la corrupción parece ser de tipo ‘estructural’, en el sentido de que la estructura del sistema la permite. Cuando disminuyen los controles sobre la corrupción, ésta aumenta. Suele pasar en los países civilizados, de ahí la importancia de la creación de organismos independientes (o no dependientes del propio poder político), para que la controlen.
En Cataluña, en cambio, el fenómeno de la corrupción parece ser más bien de tipo cultural; igual de cultural como se dice que es la mafia en Sicilia, territorio, por cierto, conquistado exclusivamente por catalanes según el propio ideario independentista. Lo cual nos lleva a una especie de cuadratura perfecta del círculo. Todo queda en casa.
Y es que en Cataluña nadie se sorprendió cuando Maragall pronunció la famosa frase del 3% en el Parlament; de hecho, la mayor sorpresa fue que solo se tratara de un 3%, indicativo más que alarmante de hasta qué punto tenemos interiorizada (culturalmente) la corrupción.
A todo se acostumbra uno, y por eso tampoco quedan ya catalanes que se escandalicen si al frente de la Oficina Antifraude de la Generalitat se colocan a personas relacionadas con casos de corrupción, por no citar ya el arribismo y enchufismo generalizados. Vivimos en la Costra Nostra profunda.

Aún hay otra muestra más clara de la asimilación cultural de la corrupción en Cataluña, y es que mientras en la Comunidad Valenciana, ese territorio catalán pero plagado de colonos, ya no gobierna el PP porque la gente colona que vota ha visto claro que este partido debía pasar una temporada en la nevera (como mínimo, hasta que haga limpieza), en esta Cataluña plagada de no colonos, digo yo que estará entonces repleta de indígenas o autóctonos, o como prefieran definirse, Convergència sigue acaparando el poder en decenas de administraciones (ayuntamientos, diputaciones, organismos públicos, Generalitat, etc.), y lo hace gracias a los partidos independentistas supuestamente de izquierda, como son ERC y la CUP.
Debemos suponer entonces que estos partidos de la cultura patriótica consideran que la corrupción, y más concretamente la corrupción de la derecha, no es corrupción ni relevante, si la llevan a cabo ‘sus’ auténticos catalanes.

Y en el fondo, esa es la cuestión: si la corrupción no es un hecho relevante para la política, y lo que importa es el grado de ‘catalanidad’ de los corruptos que la llevan a cabo, solo puede deberse a que se la considere como algo cultural e inevitable, desde luego no como algo político y que afecta a la política; y quizá la muestra más tristemente clara de esto sea que los votantes aceptan la situación como tal.