Las reivindicaciones de los
independentistas en absoluto son políticas, y no lo son por la forma misma en
la que ellos las plantean.
Existen varias formas de
negar el hecho o conflicto político. Jacques Rancière citaba 3, a saber:
- La archipolítica.
- La parapolítica.
- La metapolítica.
El término ultrapolítica lo
descubrí por primera vez leyendo al filósofo esloveno Slavoj Zizek, pero
desconozco si fue acuñado por él. A este respecto, sólo puedo añadir que Rancière
no cita el término, y que no he encontrado su origen a pesar de haberlo
buscado, por lo que a falta de nuevos datos le atribuiré la paternidad momentánea
al esloveno.
Sin embargo, el concepto que
expresa no es nuevo, y menos para los que no somos independentistas. Quién
mejor para definirlo que el padre de la criatura: La ultrapolítica es “el
intento de despolitizar el conflicto extremándolo mediante la militarización
directa de la política, es decir, reformulando la política como una guerra
entre “nosotros” y “ellos”, nuestro Enemigo, eliminando cualquier terreno compartido
en el que desarrollar el conflicto simbólico.”
Os resulta familiar, ¿verdad?
Pero es que, además, en el caso del nacionalismo catalán en general, pero sobre
todo del independentismo en particular, la ultrapolítica se utiliza en dos
sentidos: como forma de relacionarse con el Estado y como forma de relacionarse
con los propios catalanes, a los que se deniega reiteradamente tener otras aspiraciones
políticas fuera del oficialismo imperante, bajo la más que latente amenaza de
estigmatización social.
A esta forma de proceder,
también podríamos bautizarla con un nombre alternativo, más nuestro, como por
ejemplo ‘guerracivilismo’ político, pero, en cualquier caso, de lo que se trata
es de convertir la política en una especie de guerra social, con buenos y malos
predeterminados por adelantado, con la intención de evitar un posicionamiento
favorable de la población hacia la otra parte –la no oficialista-. Es por esto
por lo que se puede afirmar que el independentismo no es democrático, ya que
negando lo político, obviamente, niega la existencia de la política, es decir, de
la alternancia de otras formas de hacer y pensar, con lo que ya sólo nos queda
obedecer al oficialismo, contribuyendo de paso a su perpetuación.
Llevamos 300 años en guerra;
si no hacemos esto u aquello, Cataluña desaparecerá; sí o sí; pretenden la
desaparición del catalán; fascista, franquista, botifler… y todo el bonito lenguaje del
discurso secesionista.
Artur Mas es un maestro de
la ultrapolítica, de la guerra a ultranza que diríamos aprovechando lo de 1.714;
pero lo es porque la base ideológica del independentismo, más si cabe aún del vasco,
es la derrotar del Enemigo, es decir, de España. La única solución que ellos van
a considerar aceptable es nuestra derrota.
¿Por qué actúan así los
independentistas? Pues porque saben que si sometiéramos la independencia, y
otras cuestiones como la educación, a un estudio y debate político público racional,
en igualdad de condiciones, nos daríamos cuenta de que no todo es tan ‘bonito’
ni rentable como nos lo pintan, y que, por tanto, la independencia no es conveniente.
En cambio, lo que sí les conviene es que la gente siga teniendo la expectativa
de la idílica independencia en la cabeza, porque precisamente ha sido con ese
‘ruido’ con el que han conseguido hacerse con el poder, y perpetuarse en él. Es
un mensaje bueno para seducir a los despistados de neuronas, que da votos y que
produce un desgaste mínimo, ya que todo lo que salga mal se le puede achacar al
Enemigo.
La cuestión es: ¿para qué
sirve un independentista después de la independencia?
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