De entre todas las
posibilidades de pacto que surgieron en la Elecciones Generales del 20 de diciembre de 2015, la más interesante parece ser la que se ha dado en bautizar
como la ‘Gran Coalición’, es decir, un pacto de gobierno entre PP, PSOE y C’s.
Por descontado, todo el
mundo la considera como la posibilidad más difícil e incluso antinatural de
todas, ya que supondría un pacto entre las 2 fuerzas hegemónicas y antagónicas
-aunque paradójicamente a nadie le sorprende que ERC y la CUP pacten con CDC, o
que Bildu lo haga con el PNV, siendo, como son, partidos políticos tanto o más antagónicos-.
Pero es que precisamente eso es lo mejor, ¿cómo demostrar de forma más
contundente que se inicia una legislatura de cambio que si la lleva a cabo la
unión del pacto político que nunca se iba a producir? A este hecho sí que se le
podría llamar segunda transición.
Para la ciudadanía, el
beneficio sería obvio porque para que esas dos formaciones puedan llegar a pactar
un gobierno deberían renunciar a sus posturas más extremas, de manera que
seguramente no caeríamos, por ejemplo, en una legislatura de recortes con pocas
miras sociales -aunque seguro que sí de contención-, ni en una de despilfarro
populista-bolivariano, pero sin petróleo, que son los dos temores económicos
latentes. Sería una suerte del ‘centro radical’ que predicara Tony Blair en
Reino Unido, en el que C’s jugaría el papel de pieza que une las bandas; la
argamasa del pacto, por así decirlo.
¿Con quién prefiere pactar
el PSOE, con un PP liberal en lo económico pero que no ha recortado las
pensiones, o con los imitadores económicos de la Syriza que las ha recortado un
37% en Grecia?
A veces hay que tener cierto
sentido de Estado, en vez de sentido de partido, y ahora parece la época más propicia
para ello. Al fin y al cabo, los dos partidos están en una posición débil por
culpa de la corrupción, y también por el cansancio y desgaste que produce el
haber gobernado siempre, que se suma a un cambio de prioridades generacional.
Los dos partidos tardaron
bastante en darse cuenta del cambio de tendencia en las exigencias ciudadanas;
a una generación criada con mejores recursos, más europeizada y moderna, y con
el mayor número de universitarios que ha tenido España nunca, no se la podía
seguir gobernando como se hacía en los ochentas, noventas, etc., y más cuando
estaba padeciendo su primera gran crisis económica. Han estado lentitos en
aplicar recetas para las exigencias actuales, por lo que tal vez deberían
considerar que ya solo pueden recuperar la confianza de los ciudadanos con un
gesto de Estado, generoso, renunciando a sus intereses partidistas en aras del
bien común. Enrocados en sus posturas actuales, parece que solo consiguen perder
más votos, cosa que aún perjudicaría más la gobernabilidad del país en caso de
convocarse nuevas elecciones, y el hartazgo definitivo podría mostrarse en un
apoyo masivo a las fuerzas emergentes, porque que no se muevan ellos no
significa que la ciudadanía no se vaya a mover.
Es evidente que una de las
cosas que ha causado más malestar y desafección es la corrupción, que aunque
mediáticamente parece perjudicar más a PP, también le está afectando a un PSOE
que no consigue que la gente vuelva a confiarles un gobierno en mayoría.
La Gran Coalición podría ser
un marco inigualable para abordar este tema, y permitiría a los dos partidos
legislar en coalición sobre el mismo, haciendo realidad la promesa de actuar en
serio contra este tipo de delincuencia. En paralelo, mientras ponen en práctica
su compromiso con la trasparencia y contra la corrupción, podrían dedicarse a
regenerar sus partidos, haciendo limpieza y redefiniéndose, sin el estrés que
supone el objetivo de tener que recuperar el gobierno en el corto plazo.
Pero la corrupción no es
solo ‘el tema’. Hay cierta sensación en la ciudadanía de que algunas cosas importantes
parecen estar eternamente estancadas, inamovibles, por culpa del partidismo. Muchos
hablan de reformar ciertos artículos de la Constitución (aunque casi nadie dice
cuáles), pero para ello es imprescindible un gran consenso, ¿y qué mejor
consenso se puede conseguir que un gobierno con los dos partidos mayoritarios, más
el cuarto, y los que quieran sumarse? Todo el mundo dice que España necesita
una reforma educativa que la acerque a los países punteros en esta materia, ¿qué
mejor oportunidad entonces que la Gran coalición?
Pero es que aún hay más: por
fin se podría abordar una reforma laboral consensuada y estable; un plan de
empleo juvenil realista; la reforma agraria, los planes hidrológicos y
energéticos, industriales, y otros
planes estratégicos nacionales; reindustrialización, investigación, financiación
autonómica, seguridad social, pensiones, modernización y racionalización de la
administración, infraestructuras, política exterior, etc. Todas estas
decisiones necesitan continuidad en el tiempo para ser efectivas, por lo que es
necesario que los dos partidos que seguramente se van a alternar en el poder
pongan en común una mínima base, y también si cabe algunas líneas rojas, una
especie de ‘objetivos país’ que al mismo tiempo defina el ‘carácter país’, y
que la alternancia de poder deje de ser al fin un simple acto de derogación de
lo que ha hecho el otro anteriormente.
PP y PSOE, además, gobiernan
en casi todas las CC.AA., con lo que se evitan buena parte de las trabas
tribales que muchas veces impiden la aplicación efectiva de las nuevas leyes.
Por último, no se puede
olvidar que estamos inmersos en pleno desafío secesionista, y que para
contrarrestarlo hace falta mucha unión y consenso, y la Gran Coalición tendría
la suficiente fuerza para tender la mano pero también para aplicar medidas
contundentes, en caso de ser necesarias.
Ahora es la Gran
Oportunidad.
Qué bonito sería poder leer
en un futuro libros de historia diciendo que hubo una vez en la que todas las
fuerzas democráticas y españolas se unieron por el bien común del país,
olvidando sus eternas rivalidades y ambiciones, y que con ello se consiguió dar
el gran salto a la España mejor que la ciudadanía demandaba. Pero en todo caso,
y ya sin recurrir al patético romanticismo, lo que parece claro es que la gente
quiere cambios, que quiere ver una nueva forma de hacer que nos acerque a los
países de más bienestar en diversos aspectos; así que los dos grandes partidos
pueden ponerse el mono de trabajo, demostrando que lo de la corrupción solo ha
sido fruto de una época ‘desafortunada’, o pueden mirar para otro lado mientras
siguen perdiendo votos en favor de los que sí están dispuestos a hacerlos.