A raíz del ataque violento
sufrido por Sociedad Civil Catalana (SCC) en la Universidad Autónoma de
Barcelona (UAB) por parte de independentistas, he estado recordando mi paso por
el campus de Bellaterra.
La verdad es que por aquella
época era una especie de postpunk, a falta de mejor definición. Me gustaba (y
me sigue gustando) la música punk española y su mensaje de realidad social, y
eso significa casi en exclusiva el punk vasco, que posteriormente fue barrido por
el muy facha y bastante despreciable rock nacionalista o radical vasco, ya no tan
interesado en los problemas sociales como en convertirse en un elemento
propagandístico más de unos ultranacionalistas siempre empeñados en resaltar
las maldades de España en contraposición con una supuesta superioridad moral de
su asterixado y obelixado ‘pueblo’ ancestral.
Nunca seguí una estética
punk, si es que realmente existía tal cosa, pues, aunque cierto que todos le
asocian ciertas características estéticas concretas, seguramente, lo que más define
al punk como movimiento sea su oposición a lo establecido, en cualquiera de sus
aspectos, y, por tanto, también opuesto a un uniforme oficialista. Así que
nunca llevé cresta ni nada por el estilo, pero tenía tendencia a vestir
completamente de negro, casi siempre con botas que llamábamos de la mili, compradas
de segunda mano en los encants,
aunque nuestro glorioso clima nos agasajara con sus famosos cuarenta grados a
la sombra.
De ahí, por todas estas
características y por ser bastante más joven que los ‘auténticos’ punks (punkis
o punkys), que me defina como post.
Pero en realidad, toda esta anterior
minibiografía carece de importancia excepto como contextualización de aquellos
años.
Si algo importa de lo dicho es
que ya por aquel entonces pensaba que lo mejor era que cada uno hiciera y
pensase lo que le diera la gana, sin molestar demasiado a los demás, o incluso
molestando un poco.
Obviamente, trasladar esto a
la política es complicado, ya que todas las ideologías, aunque unas más que
otras, son dogmáticas. Quizá la que más se adapta a este pensamiento sea la anarquía
(anarkía), aunque reconozco que la anarquía nunca me acabó de convencer porque sencillamente
considero imposible que una sociedad adopte el significado académico de esta
palabra sin cierto tipo de reglas y autoridad. En la anarquía, seguramente,
acabaría imperando la ley del más fuerte como si del mundo postapocalíptico de
Mad Max se tratara.
Lo que es seguro es que es
esta apuesta por las libertades individuales lo que me lleva a optar por el
liberalismo hoy día, ideología que propugna, entre otras cosas, que el Estado no
se nos pueda meter legislativamente hasta en la cama. Y más seguro aún es que este
es el motivo principal por el que nunca podré ser nacionalindependentista, ideología asquerosamente dogmática,
reaccionaria, y enfermiza, llena de analfabetos vitales que te obligan a estar
dentro de unos parámetros que ellos mismos fijan para ser aceptados en su tribu,
como si a todos nos debiera interesar mucho sus cositas de fachas con estelada.
Lo cierto es que a mí estos
Robin Hood complices del sitema del 3% siempre me la bufaron bastante, por lo
que en aquella época no les prestaba más atención que la inevitable. A ello,
sin duda, también contribuía el clásico pensamiento envasado al vacío de esta
gente, que gracias a lo que sea les llevaba a ‘pensar’ que los que andábamos por
la Facultad de Económicas debíamos ser casos perdidos de ultraconservadores con
la única aspiración de convertirnos en especuladores malo malísimos ansiosos por
explotar a débiles y necesitados (cuando la realidad demuestra que la economía es
justamente la ciencia más social de todas, pues es la única que puede garantizar
una planificación social sostenible), por lo que solían dejarnos bastante en
paz. Además, hay que reconocer que no teníamos tan buena marihuana como el
ganado de historia, filología catalana o políticas, ambientes mucho más
propicios para los que van por la vida de reencarnaciones mejoradas del Che.
A pesar de mi
distanciamiento de la actividad política, que no del pensamiento, ya advertía
que lo que se llevaba por allí era ser una especie de jipi (de jipipollas, para ser más exacto), así
vestido normalmente con muchos colorines, que podía obtener un gran reconocimiento
de sus compis si sabía manejar bien
el diábolo o dar unos cuantos toquecitos a una pelota de perro con alguna parte
de su cuerpo. Seguramente, un buen puñado de ellos forma actualmente parte de la
ejecutiva de la CUP o ERC, o incluso son los artífices de la renovación
ideológica de CDC, es decir, que paradójicamente forman parte de los partidos
más fachas que uno se puede echar a la cara en Cataluña.
Se notaba entonces, y es de
suponer que más ahora en esta época de procesismo,
un claro intento por imponer un ambiente ideológicamente uniformado entorno al
independentismo, así que no era extraño encontrar pintadas en la Plaza Cívica a
favor de esto, o dárselas con algunas paredes forradas con carteles
proindependentistas fomentando el odio hacia España y sus instituciones,
siempre calificadas como fascistas.
¿De dónde sacaban todo el
dinero necesario para imprimir tal cantidad de carteles con esa frecuencia
constante?, solía preguntarme yo, centrado en la vertiente económica del hecho,
aunque tampoco hacía falta ser John Nash para darse cuenta de que debían recibir
dinero público y ayudas de varias formas irregulares, o alegales, como por
ejemplo material a través de los partidos políticos secesionistas, o ayudas por
constituirse en entidades estudiantiles, aunque su supuesta actividad no
redundara en nada en el estudiante como tal.
La misma universidad debía
financiarlos; desde luego, que les cedía locales es seguro. Si uno visitaba esas
dependencias, algunas de ellas situados sobre las tiendas de la plaza Cívica –como
la librería Abacus, cooperativa de consumidores que jamás ha preguntado a sus
cooperativistas si la autorizan a mantener esa actitud nacionalindependentista activa que mantiene, demostrando el
profundo ‘respeto’ que les inspira el llamado derecho a decidir-, uno no
encontraba una asociación estudiantil de fomento de la lectura, de uso de
tecnologías, de intercambio de conocimiento, de dialéctica, de ideas, ni siquiera
de ajedrez, como parecería ser lo propio de un sitio así; lo que encontraba era
eso que llaman el sindicato de estudiantes de los países catalanes, y otras chorradas
neofascistas con muchas estrellas revolucionarias en sus carteles pero totalmente
inútiles para el bien común estudiantil, y también para el social. Pura mierda
del régimen al servicio del régimen.
¿Es aceptable eso en una
institución, la Universidad, que debería fomentar el contraste de ideas como
motor de conocimiento y de progreso? ¿Por qué la UAB permite que una ideología,
y más aún la nacionalista, antítesis radical de la igualdad entre seres
humanos, se apropie de un espacio consagrado al humanismo y al conocimiento?
Claro que en la universidad
tiene que existir el hecho político, ya que forma parte del propio ser humano,
pero en todo caso debe existir como contraste de ideas en busca del progreso satisfactorio
de la sociedad, basado en el entendimiento. Y para que eso pueda producirse es
necesario que exista la igualdad de condiciones en la libertad de expresión
política, que es justamente lo que no se da en la UAB de Bellaterra, como bien
se ha demostrado con la agresión sufrida por SCC, por cierto, decidida y
organizada de antemano en sus propias aulas.
Uno podrá estar o no a favor
de SCC, pero nadie tiene un solo argumento sólido para asegurar que se trata de
una organización fascista. Los únicos que creen tenerlo son esos indigentes
intelectuales de la estelada que consideran fascista a todo aquél que no se
someta a sus tesis, lo que de hecho les convierte a ellos en lo más cercano al
fascismo que uno se puede encontrar, y nos muestra la imbecilidad que supone
tenerlos mínimamente en cuenta.
Por supuesto que la unión de
pueblos es un concepto mucho más de izquierdas, y desde luego mucho más
progresista que lo que podrá serlo jamás la desunión, cuyo objetivo principal es
dividir al pueblo (entendido como la suma de personas que se definen por la
simple característica de ser personas), en diversos chiringuitos tribales,
según unas características secundarias que los soberanistas convierten en
hechos más importantes que el de ser personas, como estrategia principal para
poder explotarlos más fácilmente. Y es que el amo siempre vuelve a decirle al
perro cómo debe comportarse, como una especie de eterno retorno nietzscheano pero
con distinto collar.
La cosa es grave, y si la
UAB quiere defender uno de los principales cometidos para lo que fue creada, o
sea fomentar el pensamiento libre y ser motor de conocimiento intelectual,
debería tomar medidas y poner algún coto a estos individuos estelados, porque,
al final, por mucho que uno quiera ser libre e ir a su rollo, esta gente de
ideología uniformadora nacionalista influye en la vida social de la universidad,
reventando actos y conferencias de quienes ellos consideran -lo que acaba
conllevando que la institución universitaria acabe autocensurándose invitando
solo a conferenciantes del agrado ideológico de la minoría revienta actos-,
controlando las fiestas de la universidad, obligando al alumnado a hacer
huelgas que no quiere hacer, influyendo en la elección del profesorado y en el
enfoque de las materias a través de las elecciones al rectorado, coaccionando
de forma más o menos explícita a los que no están de acuerdo con sus planteamientos,
lo que finalmente les convierte en auténticas organizaciones pseudomafiosas que
acaban controlando el campus.
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