viernes, 12 de mayo de 2017

¿Por qué Gabriel Rufián odia tanto a C's?

Gabriel Rufián, el flamante portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados cuando Tardà se lo permite, no pierde ocasión para dejar claro que las dos peores cosas que le han sucedido últimamente a Cataluña han sido Jordi Pujol y Ciutadans (C’s), curioso punto de vista si se tiene en cuenta el trato que les dispensa a ambos en la realidad, pues mientras que no parece tener demasiados problemas morales para pactar e incluso fusionarse con el entramado mafioso que montaron los Pujol -es decir, la antigua Covergència Democràtica de Catalunya (CDC) ahora PDECat, y luego ya veremos-, con C’s no suele reprimirse los escupitajos que les dedica sin contemplaciones a la menor ocasión a pesar de no ser un partido de gobierno en ningún sitio de Cataluña sino un simple aspirante muchas veces despreciado por los propios nacionalistas que lo consideran un partido residual. Extraña conducta esa la de odiar cosas insignificantes. ¿Algo patológico? Tal vez, o  quizá simple falta de amor propio expresada externamente con un cierto grado de delirios de grandeza.

Sabemos que lo de CDC lo justifica fácil con el proceso (¿qué proceso?) y con la necesidad de llegar a acuerdos transversales para sacar adelante esas leyes que lo único que tienen de democrático es que están aprobadas por una mayoría, conseguida, como no, en un supuesto plebiscito en el que los votos de todos los ciudadanos no valían igual, muestra inequívoca de que los que quisieron pervertir el resultado y el significado de unas elecciones al Parlament buscaban únicamente y exclusivamente el propio beneficio, y eso poco tiene que ver con el fomento del espíritu democrático que le quieren atribuir al proceso. ¿En eso quieren convertirnos ahora los independentistas a los catalanes?
Aún así, y ya incluso perdonándoles lo de la corrupción (se ve que entre patriotas está mal visto tener esas cosillas en cuenta, como también demuestran a menudo los de la CUP), aún así, se supone que la independencia era para cambiar las cosas no para eternizar a CDC o el nombrajo de turno que se pongan, y tampoco se entiende mucho que una persona muy de izquierdas, como se le supone a Rufián, quieran llevarnos a la independencia de la mano de los de Pujol, lo más parecido a una especie de Margaret Tatcher barretinada que hemos tenido por aquí, que recordemos no dudaban en pavonearse ante el PP cuando privatizaban los servicios públicos a manos de la camarilla colega, aconsejándoles hacer lo mismo en esa tercermundista ‘España’. Quizá es que para Rufián y el secesionismo todo vale, razón más que suficiente para que una persona con dignidad se aleje rápido de esa ideología.

En cambio, la opinión de Rufián respecto a C’s ya se entiende mucho mejor,  pues no hay que olvidar que Rufián es el patético hijo de inmigrantes al que se le saltan las lágrimas cuando recuerda que sus padres vinieron a Cataluña en busca de una vida mejor (snif, snif…). Patético porque da a entender que sus padres vinieron a Cataluña a recibir subvenciones y no a esforzarse como seguramente hicieron.
No hace falta esforzarse mucho para darse cuenta de que el chico es de estos que piensan que sus padres no aportaron nada a Cataluña sino que solo fue al revés, lo que supone un extraño concepto de ciudadanía solo comprensible, seguramente sí, por gente de esa que también llega a ‘pensar’ que consideran que son las lenguas, y no las personas que las hablan, las que tienen derecho.
Como no podía ser de otra forma, parece que Gabriel Rufián tampoco tiene en cuenta que, cuando sus padres llegaron, ya eran muchos los andaluces que habían creado una estructura económica y social propia que fue la que le permitió una integración poco traumática en la práctica.


Puestos a ser agradecidos podría agradecérselo a Franco que era el que administraba Cataluña en esos momentos, pero eso queda mal por lo que ha preferido ser asimilado por la mitología-ideología romántica originaria de la burguesía catalana, la de los auténticos amos de sus padres en colaboración con el franquismo (¿alguien podía mantener su estatus e incluso mejorarlo durante el franquismo sin colaborar con el franquismo?), y por eso odia a C’s, pues la mera existencia de este partido le recuerda constantemente lo que pudo haber sido y ya nunca podrá ser: un ciudadano catalán sin complejos y no una mera mascota del independentismo de la que sobre todo se destaca que es un ‘castellanohablante e independentista’, lo que supone una especie de autoxenofobia insólitamente cómica, algo así como Michale Jackson queriendo ser blanco porque los negros no podían triunfar en USA.
C’s, en cambio, es un partido de catalanes modernos, sin complejos, que ya han superado los traumas que se supone que hay que tener por la España antigua (son otros los que aún hoy en día hablan de 1714, la Guerra Civil o Franco), y más aún sobre la pleitesía que exige el ridículo y acientífico romanticismo catalanista plagado de inexactitudes; los de C’s son básicamente urbanitas y ya no consideran que se deba pedir permiso al amo para hacer nada, que ya no hay que ser unos vulgares perros amaestrados del tradicional establishment catalanista que siempre gobernó Cataluña porque siempre se adaptó a monarcas, dictadores, y lo que hiciera falta para mantener su estatus, y que ahora se han hecho secesionistas por esa misma razón, porque consideran que era lo que tocaba, que era la próxima tendencia, sino que es un partido que se compone de gente que quiere y debe sustituir a esos palanganeros de su propia mitología juegotronera.

Gabriel Rufián odia a C’s porque C’s le planta cada día en la jeta la diferencia entre pedir permiso al patrón para que le deje ser catalán o serlo.

Parecidos razonables

No hay comentarios:

Publicar un comentario