¿Por qué se inició el llamado ‘proceso’?
Los que ostentan en poder en Cataluña (lo que definiríamos como establishment político catalán), aseguran que se
origina como reacción a la sentencia del Tribuna Constitucional (TC)
desfavorable a ciertos artículos del Estatuto de Autonomía de Cataluña, cosa
que parece improbable debido al escaso interés que despertó la reforma del
mencionado documento entre la ciudadanía; eso, más bien, suena a excusa
estratégica amparada por el hecho innegable de que la declaración de
inconstitucionalidad de ciertos artículos se produce (cosa que,
paradójicamente, incluso los que votamos favorablemente al nuevo Estatut sabíamos
que se iba a producir, y que seguramente constituyó el argumento principal para
que finalmente votáramos a favor).
El boom independentista, desde luego, puede ser muchas cosas, pero una de
ellas no parece ser la reacción espontánea de la sociedad civil. A qué llaman
sociedad civil, ¿a organizaciones como la ANC, cuyos 40 fundadores provenían
casi todos de partidos políticos, a Òmnium Cultural, a Plataforma
per la Llengua, a los medios de comunicación y otros colectivos a los que
se supedita la obtención de subvenciones a que se muestren favorables a las
tesis oficialistas, a la AMI? Ésa ‘sociedad civil’ no tiene nada de espontánea,
ni tiene su origen en la base del pueblo; ya estaba ahí, organizada y en la
reserva (o no tanto), desde hacía mucho tiempo.
El proceso seguramente tiene su origen en muchas cosas -entre las que cabe
destacar la conmemoración de los 300 años desde 1.714, la fecha fetiche del independentismo,
como la grave crisis económica padecida que ha provocado que ciertos populismos
con presencia mediática, solucionadores de todo, canalicen este malestar.
Pero, ¿acaso sería menos cierto si dijéramos que ‘el proceso’ se origina
cuando el partido político Convergència i Unió se encuentra
acorralado por la corrupción, cuando los Pujol lo están; acaso no se originó
cuando empezaron a emerger nuevas fuerzas políticas que tal vez no podían ganar
elecciones pero sí restar muchos ‘sillones’ y poder a los de siempre?
Decía Antonio
Gramsci que la superestructura (entendida ésta como la ideología, sistema de
ideas, doctrinas, creencias, etc.) es la forma que utiliza el poder establecido
para mantener la hegemonía (entendida ésta como el control de la sociedad).
Consideraba el italiano que esto se lleva a cabo, sobre todo, mediante el
sistema educativo, la religión, y los medios de comunicación. Analicemos,
entonces, quién tiene el control de los medios de comunicación y del sistema
educativo en Cataluña. No hay duda de que son los antes erróneamente llamados
catalanistas, ahora abiertamente independentistas, que accedieron al poder con
la caída del franquismo, aunque en buena parte hubieran sido colaboradores
necesarios del mismo régimen.
Obviamente, la religión merece capítulo aparte, ya que los tiempos han
cambiado desde Gramsci y hoy en día tiene poca influencia en la sociedad, excepto
en el segmento de la gente mayor, e incluso puede generar rechazo entre los
jóvenes.
Es por ello que deseando que este tema no supusiera cierto rechazo entre
los más jóvenes, sino que les provocara la indiferencia que finalmente les ha
provocado, se haya intentado implicar al máximo a la iglesia catalana en el
proceso secesionista, con el fin de convencer al segmento de mayor edad; así,
hemos asistido a la guerra entre la monja radical izquierdista y la
convergente, declaraciones favorables al proceso como las del obispo de
Solsona, esteladas en campanarios, y alguna que otra publicación asegurando, en
el más patético estilo político espiritual disfrazado de religioso, que ser
independentista no es pecado.
El llamado ‘proceso’, por tanto, parece más bien el intento desesperado de
los que podríamos definir como castalanistas, es decir, de los que
se han hecho con la superestructura en Cataluña tras el franquismo, para
mantenerse en el poder, en una época en que la crisis, unida a la mala gestión
de lo público, la salida a la luz del extendido entramado del sistema del 3%,
de la corrupción generalizada y los recortes, empezaban a poner en serio peligro
la propia hegemonía de las metafóricas 300 familias. O por decirlo de otra
manera, recuerdan a los últimos mohicanos en su desesperado ataque final para
mantenerse.
Fue sacar a la luz las vergüenzas del patriarca de Convergència, y
convertirse toda la camada al independentismo, incluso al más radical de la
DUI. Con eso era con lo que venían negociado siempre con el gobierno español:
‘si intentáis joder mi chiringuito, activaremos la ideología antiespañola y
secesionista que llevamos tiempo inculcando en la ciudadanía’. Curioso resulta,
cuanto menos, que los que pretenden un nou país plagado de
‘política social’ sean los mismos que no hace tanto tiempo daban lecciones al
PP de cómo se debía gestionar lo público, que como es bien sabido consistía
básicamente en privatizar o concertar los servicios sociales: sanidad,
educación, guarderías, etc.
Y hay otro aspecto no menos determinante en la puesta en marcha del
‘proceso’, o de la maquinaria de la superestructura dominante, como es la
irrupción en el panorama catalán de nuevas formaciones no sometidas a esa
hegemonía estructural, básicamente Ciutadans (C’s), ese partido que nos
quisieron hacer creer que iba a durar 4 años y que gracias a la gente que no
forma parte del sistema oficialista es ahora la segunda fuerza de Cataluña,
encabezando la oposición.
Pero más importante, aún si cabe, que la aparición de C’s, resultaron las
acampadas (movilizaciones) ciudadanas frente a los ayuntamientos catalanes. Sin
duda, eso acabó de acojonar a los que dominan la superestructura que, por
primera desde hacía 30 años, se vieron realmente, y doblemente, amenazados,
primero al comprobar como los catalanes podían comportarse exactamente igual
que el resto de españoles, dejando por los suelos su intento de inculcar el concepto
de hecho diferencial, y segundo cuando vieron resurgir los fantasmas
revolucionarios tan típicos de Cataluña con el llamado ‘intento de asedio al Parlament’. Había que inventar algo
rápido que acabara con la incipiente lucha de clases que podía acabar
desalojando a la casta del poder, ¿y qué mejor que un procés basado en el pensamiento único para mantener la hegemonía?
Un ejemplo claro de quién domina la superestructura en Cataluña, es el caso
de la CUP. A este partido, que se define ridículamente como antisistema, solo
le bastó que la superestructura pusiera en marcha una de sus herramientas
preferidas para preservar su hegemonía, como son los medios de comunicación,
para que acabaran jurando fidelidad eterna al poder establecido. Fue acusarles
de anticatalanes, de pertenecer al CNI, o de amenazarles con estigmatizarles
con lo de botiflers, es decir, con las cosas que siempre ha
utilizado la superestructura catalana, y ver a los radicales antisistema
firmando los famosos 5 puntos para investir al oficialista Puigdemont. Lo peor,
sin embargo, es que la CUP siempre estuvo dispuesta a votar a favor de lo que
quisiera Junts Pel Sí, esa aberración de la superestructura en su aspecto de
cosa política, formada por lo más rancio de CiU, de ERC, y del resto del
folclore de siempre.
No cabe duda de que tanto Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)
como la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) se hallan
totalmente sometidas a la ‘ideología’ impuesta por la clase dominante. Son sus
cachorros; hablan de lo que a la ideología para dominar al pueblo catalán le
interesa, votan lo que a la ideología dominante le interesa, y callan lo que a
la hegemonía de Cataluña le interesa.
Podemos-Podem, o En comú Podem, o como demonios decidan
llamarse las próximas elecciones, por su parte, es un partido demasiado
contaminado por elementos provenientes del nacionalismo / independentismo de
siempre, que básicamente esperan que este partido se comporte como lo hacen Convergència,
ERC, la CUP, y algunos socialistas trasnochados. Dicen que nacieron contra los
recortes, los desahucios, el paro, y para proteger a todos esos millones de
personas que según ellos pasan hambre cada día en España y Cataluña, pero ahora
que han tocado poder ya solo hablan de referéndums, en un descarado intento por
acercarse a lo imperante, no sea que pierdan la silla.
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